Ahora soy un indigente
o ¿es que me gusta vivir entre la gente?,
y yo que sé, lo que soy.
La gente, la gente son caras con velos,
son trozos de carne en movimiento,
son ojos cegados que te miran,
y que a la vez, no te ven,
son miradas furtivas,
son sonrisas escondidas.
La calle, la gente,
las aceras, los semáforos,
las voces, los ruidos,
los escaparates de la vida,
es el escenario imperfecto e insolidario,
y donde la masa es la protagonista.
La gente,
la gente se saluda y despues se pierde,
y la gente se pierde a su vez, entre la gente.
Los murmullos, los susurros,
las palabras vacías,
los gestos de fastidio,
los abrazos en el metro,
los vagones silenciosos,
todo éste entorno, lo hace la gente.
La gente y que quiere la gente,
que es lo que quiere,
la gente en sí, no quiere nada,
quiere saber que va a llegar a su casa,
que mañana es otro día,
que al levantarse va a salir el sol,
que por la noche alguien le arrope,
que pueda llegar a fin de mes.
La gente en sí, es como un ser primario,
si tiene hambre quiere estirar sólo el brazo,
si tiene sueño quiere tener su cama,
si quiere hacer el amor, quiere tener pareja,
no se complica la vida, la gente.
Sólo unos cuantos nos la complicamos:
los que soñamos despiertos,
los que deambulamos entre pesadillas,
los que hablamos a sólas y hasta con el perro,
los que buscamos más allá de lo inmediato,
por todo esto, somos pocos,
somos personas entre la gente,
somos fenómenos paranormales,
somos bravos y aguerridos luchadores,
y somos extraterrestres únicos y raros.
Así que somos pocos,
y menos mal que somos pocos,
si nos masificamos,
sencillamente, seríamos parte del gente,
y lo somos, pero lo somos,
porque somos seres únicos, en medio de la gente.
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