No sé, pero me pueden las ganas,
las ganas que tengo de quemar iglesias,
y de destrozar los edificios de hacienda,
y de colgar al alcalde del palo de la bandera.
Es puro instino destructivo,
es vengarse de los que nos pisan,
es destrucción sin cortapisas,
es liquidar hasta la última cuenta.
Y es que me pueden las ganas,
las ganas almacenadas y acumuladas,
las ganas de que corran rios de sangre,
y es que esas ganas me producen ácido,
un ácido que me corroe por dentro,
un ácido sulfúrico o clorhídrico,
pero un ácido corrosivo.
Si yo pudiera,
al mundo le daría la vuelta,
y lo sacudiría con todas mis fuerzas,
hasta que no quedara nadie,
sobre la faz de la tierra.
Nadie de nadie, o sea nadie,
ni siquiera una hormiga,
ni un chimpancé, ni una víbora,
pues borraría todo signo de vida,
nada de nada, dejaría,
tanto, que hasta yo mismo, me aniquilaría.
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