PESADILLAS (Pensamiento)

Hay amigos que cuando dejan de serlo, por las circunstancias que sean, te dejan como regalo, una pequeña herencia. Como se dice, una herencia de sentimientos encontrados. Por un lado te dejan los buenos recuerdos, los momentos dulces, las conversaciones sinceras, las noches locas y de conversaciones hasta la madrugada y hasta te dejan parte de su Yo. Esa parte más amable y afable, más cariñosa y más tierna, y todo esto lo guardas como un tesoro, un tesoro que dependiendo como haya acabado la historia entre los dos, si acabó mal o fatal, lo guardas muy a fondo y si puede ser muy escondido y si acbó más o menos bien, lo guardas para tenerlo más a mano, para que sea un recuerdo de usar a diario. Por otro lado, están los recuerdos malos, que en sí no tienen que ser malos objetivamente, pero tú los interpretas como malos y éstos recuerdos, intentas guardarlos en zonas aún más profundas de tú alma, en algún sitio recóndito y enterrados bajo una buena capa de hormigón reforzado. También en éste lado de la balanza, va un trozo de su Yo o de su alma y por mucho que luches, siempre te aparece esa parte de su personalidad: si era demasiado frágil, si mentía con cierta asiduidad, si no era del todo sincero y cuando dejó de serlo del todo, en fin, lo que llevaba bajo su máscara, esa máscara que llevamos todos, abolutamente todos, sin excepción.

            Entonces, si son sentimentos encontrados, aunque su orden de aparición es caótico, aparecen los buenos y malos entremezclados, y suelen aparecer cuando menos te lo esperas. Y esto viene a cuento de que yo ya había enterrado, metaforicamente hablando, a un amigo de hace muchos años y lo enterré con ganas, con todas mis ganas. Y pasó el tiempo y de vez en cuando asomó su cabeza y logicamente lo hacía a través de los sueños, simplemente porque en mi estado consciente no aceptaba ni el mínimo recuerdo y entonces se colaba con más fuerza por mi subconsciente. Y esta es la primera contradicción, tú no quieres recordar a alguien y es igual él se te cuela por los malditos sueños. Durante unos años pensé o me forcé a pensar, que eso era ley de vida, pues fueron años  y maravillosos años de amistad y aunque el final fué más bien trágico y penoso, el peso de esos años felices tienen su peso en oro. Y aquí de nuevo fluye otra contradicción, y es que por mucho peso en oro, si después la cosa acabó malamente, y tan malamente para no querer saber nada de nada de la otra persona, porque el subconsciente tiene los santos cojones de sacarte a la palestra esos momentos buenos, cuando tú ya te niegas a querer verlos y que además no lo haces porque sí, porque te dé la gana, lo haces porque para tí esos recuerdos son sufrimientos y además sufrimientos sin posible salida.

              Tuve una experiencia parecida más adelante, con otro amigo de la misma época. Y es curioso el tema, pues lo que dije anteriormente se aplica perfectamente a éste caso. Aunque las dos historias no tengan nada que ver, en cuanto a las causas, ni el tipo de relación, ni como acabó la historia, pero les une éste punto en común. De vez en cuando me sale éste último amigo a través de mis sueños y eso después de hacer un esfuerzo ímprobo por querer olvidarlo. Entonces me pregunto, ¿de que sirve olvidar?. Pues no de mucho, por lo que veo y eso aunque lo tengas más que claro y vendas tú alma al diablo. Tantas capas de hormigón armado, tantas para nada, tantas para que un sueño las diluya como el agua.

            En mi confusión astral, yo me he llegado a preguntar si acaso lo que me pasa es que he cerrado el caso de forma forzada, es decir, si cerré el caso en contra de mis sentimientos, porque si no no lo entiendo. Pero cada vez que me hago esa pregunta, me pongo a repasar el pasado y a rebuscar en los porqués que llevaron a dejar a aquellas amistades y mis conclusiones sólo me confirman aún más en que aquella amistad, por lo menos en los últimos tiempos, era una amistad peligrosa y más que peligrosa, era una amistad oxidada y corroída, no sincera y llena de mentiras. Ha pasado el tiempo y sigo convencido que la cosa tenía que acabar así, hiéndose todo a la mierda. Por tanto y en definitiva en éste caso me encuentro en un callejón sin salida. Aunque salida tiene que haberla, por lo menos voy cerrando puertas: me confirmo en que tuve que dejar esa relación y esa puerta más que seguro ya está cerrada, por tanto sería una estupidez por mi parte intentar volverme a poner en contacto y más con la sóla razón de querer resolver mi entuerto. Pues ahora sólo me queda la curiosidad, la curiosidad malsana, la curiosidad de querer buscar otros porqués más poderosos que me refuercen en mi postura. Ya no queda el cariño, ni quedan los sentimientoa que nos unían, en realidad no queda nada, sólo queda un asunto que resolver, que son la interpretación de mis sueños o pesadillas. Pero eso es harina de otro costal, del cual hablaré otro día. Mientras tanto a joderse con mis sueños o pesadillas.

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JULIO CORTÁZAR