BARRIOS PERIFÉRICOS

Por fin el rio vuelve a su cauce y los inquilinos de mi casa han parado de piar, que si faltaban cucharillas de café, como si fueran a montar una cafetería, que si la famosa alcachofa de la ducha echaba agua por fuera, pero también la echaba por dentro y tampoco mucho más, cuatro gilipolleces que no se repetirán, simplemente porque voy aprendiendo. Pero a lo que voy, el caso es que estaba hasta los cojones de verles las caras de panolis y de horteras de ciudad  o mejor dicho horteras de cinturón industrial. Se intuye su procedencia de barrio deslustrado, de barrio dormitorio, de barrio con un sólo bar y lleno de carne de parado dándole al vino barato. Cuatro horas de transporte para atravesar toda la ciudad, ferrocarril y metro para llegar a currar a un polígono industrial. Vida dura, aburrida y desagradecida, vida de alcantarillas de ciudad. Barrios periféricos, ciudades dormitorios, cinturones industriales, tres denominaciones de origen para definir el mismo decorado en su vida real.

                                      Tampoco es para ponerse a llorar. Pero desde luego las condiciones externas no ayudan mucho para dar ánimo en cada día de su vida. Vida gris y de cemento, vida de humos de fábricas y de escaleras desconchadas, vida de gritos y voces, vida de estaciones y metros, en fin, vida que no ayuda a vivir.
Esos mismos barrios que antes eran bullicio, gente currante y con curro y con pelas frescas y en ebullición constante: motos sin tubos de escape, música rumbera y con letras de cárceles, drogas y amores, tatus en cualquier parte que se precie, piercing en ombligos, narices y lenguas y no podía faltar en los tíos, el pendiente de una sola oreja, vamos todo un compendio de cultura poligonera. Debe ser duro el día a día, pero lo duro es como las drogas duras y al final te engancha y te cuelga, y se hace un modo de vivir y por eso a sus habitantes les cuesta tanto salir de este ambiente hostil.

Para mi los barrios poligoneros tienen un encanto especial, claro que siempre pensé que es porque no vivo en ellos. Eso sí, viví durante un año en ese ambiente y os aseguro que sí, que es gris, gris en las miradas, gris color cemento, gris en las conversaciones, gris como un día gris. Pero en ese gris hay matices y tonos y momentos donde lo gris se hace bello, de gris que es. Si a tu alrededor todo es gris, se acaba aprendiendo a distinguir los distintos colores del gris, y desde luego lo que no te encuentras, son parques y árboles o edificios que destaquen por su belleza arquitectónica, ni por el silencio de los campos, ni por el sonido de las mares, pero si te encuentras, formas de vivir en donde debería estar prohibido vivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

JULIO CORTÁZAR