Yo pensaba que la curiosidad no tenía que llevar implícito meterse uno en lo que no le concierne, pensaba que había una curiosidad sana, la que te lleva a meterte en las cosas que te interesan por un motivo lógico y digo lógico, lógico y no de que interesen por cotilleo o por sacar información privilegiada. Pensaba que ser curioso en sí, era netamente positivo, era como hablar de curiosidad científica o sea esa capacidad que tenemos para profundizar en las cosas a base o estimulados por la curiosidad. Y por otro lado estaría la mala o malsana, la cotillosa, la marujona.
Porque yo me consideraba curioso por naturaleza y lo sentía como algo bueno, como una virtud, y como las antípodas del conformismo. Y hasta ahora hablé del lado bueno, del malo ya es otra cosa, el marujeo siempre lo detesté o por lo menos en parte o mejor dicho con excepciones, pues con la persona que me cae mal a veces no me mido y uso todas las armas que tengo y entre ellas el despellejarla, el arrancarle la piel a tiras, el hacerle un traje a la medida y si pudiera hasta le arrancaría los ojos con mis dientes. Y lo admito, admito que no debía ser así, pero lo admito ahora que estoy tranquilo, después en plena vorágine foribunda ya no hay dios que me pare. Es bueno reconocer las cosas, pero también es bueno saber reconocerse y hay cosas que son intrínsecas a uno y por mucho que sepas que están mal hacerlas, las tienes que hacer, porque sino te negarías a ti mismo.
Hombre tampoco hablo de matar o asesinar, hablo de tejer telarañas de palabras sobre el enemigo o bulos o mentiras o verdades a medias. Claro que en esto que digo, parto que el enemigo usa y antes que yo, estas mismas armas viperinas, porque yo no inicio en principio éste tipo de guerra sucia. Por tanto las saco a relucir si el enemigo previamente las ha puesto en marcha. Ahora una vez sacadas, yo sé que voy a muerte y no sólo le hago un traje a su medida, también le encargo su caja de pino y para ello y previamente le voy tomando sus medidas.

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