LA PODA (Recuerdos de verano)

Hoy podando una planta enrededadera me di cuenta de lo que disfrutaba. Había pasado tanto tiempo sin estar al aire libre podando como un poseso, que no me había dado cuenta de cuanto lo echaba de menos. Una tontería como esa, el podar unas simples ramas, pues te hacen retroceder en el tiempo y así me hicieron volver por un rato, a mis tiempos felices de mi casa de Chiclana. Allí currando en el jardín, al sol o a la sombra, daba igual, el caso era sentir el viento y escuchar los sonidos ambientales. Los ladridos de los perros, el gallo desfasado que cantaba a las 4 de la tarde, la tórtola con su ruido gutural y las voces humanas siempre lejanas y el murmullo de las hojas de las pinos y todo eso sonando como una orquesta sin partitura, cada instrumento tenía su propio ritmo y yo sólo ante el mundo, yo el único espectador en el teatro del mundo o mejor dicho en el teatro de mi mundo.

                             Claro que de tanto que me gustaba el asunto, me enviciaba como un loco y podaba y podaba y seguía podando y el resultado final era una poda a lo bestia, vamos quedaba el tronco triste y sólo, como le pasó a Fonseca. Mis hijos no dejan de recordarme y por los siglos de los siglos, amén, como dejé la higuera un año, la dejé tiesa como una vela y por supuesto ese verano no hubo higos y menos la sombra siempre agradecida de la higuera. La verdad es que tengo muchas podas cuasi históricas, pero me he librado y por lo pelos, de no ir dejando árboles secos y tiesos como la mojama. Supongo que sobrevivieron, porque ellos sabían que la poda salvaje, se la había echo con todo el cariño del mundo y eso me lo agradecieron de esa manera, volviendo a dar sus hojas y sus frutos, aunque claro, tardaron su tiempo.

                           De todas formas siempre pensé, que los árboles cuando me veían armado hasta los dientes con las tijeras de podar, se ponían a temblar y para sus adentros decían : Cuidado que ahí viene el asesino cariñoso. Nunca supe controlarme con unas tijeras de podar en mis manos y eso que empezaba poquito a poco, pero la vena se iba calentando y latía a ritmo de samba y llegado un momento determinado, mi adrenalina sólo subía de nivel, si yo seguía cortando y cortando y así hasta dejar la escultura del tronco o lo que es lo mismo, el silbido de lo que fué.

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JULIO CORTÁZAR