Lo de la leña aquí no se acaba !!que va!!. Cuando viví en Santiago y en la Coruña, me tuve que aguantar la piromanía y la única llama que veía era la de mi mechero y de vez en cuando la de una vela. Pero despues me desplacé, con los pocos trastos que tenía, a A Costa da Morte, para ser más concreto,a Corcubión. Y en la casa en que me instalé, puse dos buenas estufas de leña, que como ya conté, más que estufas eran dos calderas, siempre encendidas, de noche y de día. Los tractores llenos de leña se sucedían en una cadena sin fin, más o menos una media de un tractor por mes. Y tal como entraba la leña se la comía esa boca insaciable, esa boca de estufa glotona y engullidora.
El único problema que tenía con la estufa, era su estructura de tubos. Que para darle buena salida al humo, tenía que hacer encaje de bolillos y por tanto, no quedaba otra que hacer dos curvas de noventa grados y ahi radicaba el problema, en esas dos curvas. Pues en ellas se acumulaba el hollín, además que el agua de lluvia entraba desde arriba, se formaba una masa compacta, que atascaba la tubería, y de cada vez había que desmontar todo el tinglado. Y ésta maniobra había que hacerla una vez por mes. El tufo que desprendía esa pasta viscosa, se adhería a la piel y tardabas unos cuantos dias en desprenderse de esa peste a alquitrán vegetal. Fueron días de alegrías, pero tambien de muchas tristezas, de muchas y muy hondas. Pero siempre pasara lo que pasara estaba ella, la estufa redentora, me calentaba, me hablaba, reía y lloraba conmigo, era la que me daba el fuego amigo.
Después, años más tarde, ya estando en Chiclana, mi segunda patria, si no la primera, y en la casa donde vivíamos, tenía una chimenea, pequeña pero matona, y no me costó nada hacerme con ella. Siguieron los tractores o los camiones de leña o si no ibas al almacén y despues de regatear todo lo que se podía, cargaba y hasta los topes el coche de leña.
Tampoco costó, acostumbrar a nuestros hijos al calor de la leña y era de rigor que despues del baño, se sentaron a los pies de la chimenea, ella se mostraba agradecida de tener unos niños a sus pies. Por aquellas, yo venía de mi Galicia natal y estaba acostumbrado a que el otoño asomara a principios de septiembre. En cambio allí en Cádiz, el otoño era más tardío. Y yo de impaciente, no podía, tenía que encender la chimenea como fuera, aunque el calor aún no se despidiera. Y así me ponía a la faena un poco más tarde que en Galicia, no mucho pero si algo, y ya aquella nueva caldera empezaba a funcionar a mediados de Septiembre. Afuera con un calor de infarto y yo con la chimenea a todo trapo y el final siempre era igual, se abrían puertas y ventanas de par en par, hasta que calor cogiera la puerta. Yo seguía encendiendo la chimenea en Septiembre y así seguí haciéndolo el resto de los años. Estaba claro, que para mí que Septiembre ya era otoño y por tanto yo decretaba el Otoño.
Ahora estoy en Menorca, con el mono de la leña. Pero éste año por fin, cumplo mi venganza y ya tengo instalada una caldera del infierno. Una estufa con una boca muy grande, donde cabe un bosque entero y dispuesta a calentarme a mi y a toda la casa, al perro y si hace falta al cartero. Y así poder hacer un magosto con castañas importadas, metidas en un cucurucho de papel de linaza. Que estén bien calentitas y bien perfumadas, para que éste otoño sea un otoño de verdad, con lo que toca, con lluvia, frío, setas, castañas y algo del sol otoñal.
El único problema que tenía con la estufa, era su estructura de tubos. Que para darle buena salida al humo, tenía que hacer encaje de bolillos y por tanto, no quedaba otra que hacer dos curvas de noventa grados y ahi radicaba el problema, en esas dos curvas. Pues en ellas se acumulaba el hollín, además que el agua de lluvia entraba desde arriba, se formaba una masa compacta, que atascaba la tubería, y de cada vez había que desmontar todo el tinglado. Y ésta maniobra había que hacerla una vez por mes. El tufo que desprendía esa pasta viscosa, se adhería a la piel y tardabas unos cuantos dias en desprenderse de esa peste a alquitrán vegetal. Fueron días de alegrías, pero tambien de muchas tristezas, de muchas y muy hondas. Pero siempre pasara lo que pasara estaba ella, la estufa redentora, me calentaba, me hablaba, reía y lloraba conmigo, era la que me daba el fuego amigo.
Después, años más tarde, ya estando en Chiclana, mi segunda patria, si no la primera, y en la casa donde vivíamos, tenía una chimenea, pequeña pero matona, y no me costó nada hacerme con ella. Siguieron los tractores o los camiones de leña o si no ibas al almacén y despues de regatear todo lo que se podía, cargaba y hasta los topes el coche de leña.
Tampoco costó, acostumbrar a nuestros hijos al calor de la leña y era de rigor que despues del baño, se sentaron a los pies de la chimenea, ella se mostraba agradecida de tener unos niños a sus pies. Por aquellas, yo venía de mi Galicia natal y estaba acostumbrado a que el otoño asomara a principios de septiembre. En cambio allí en Cádiz, el otoño era más tardío. Y yo de impaciente, no podía, tenía que encender la chimenea como fuera, aunque el calor aún no se despidiera. Y así me ponía a la faena un poco más tarde que en Galicia, no mucho pero si algo, y ya aquella nueva caldera empezaba a funcionar a mediados de Septiembre. Afuera con un calor de infarto y yo con la chimenea a todo trapo y el final siempre era igual, se abrían puertas y ventanas de par en par, hasta que calor cogiera la puerta. Yo seguía encendiendo la chimenea en Septiembre y así seguí haciéndolo el resto de los años. Estaba claro, que para mí que Septiembre ya era otoño y por tanto yo decretaba el Otoño.
Ahora estoy en Menorca, con el mono de la leña. Pero éste año por fin, cumplo mi venganza y ya tengo instalada una caldera del infierno. Una estufa con una boca muy grande, donde cabe un bosque entero y dispuesta a calentarme a mi y a toda la casa, al perro y si hace falta al cartero. Y así poder hacer un magosto con castañas importadas, metidas en un cucurucho de papel de linaza. Que estén bien calentitas y bien perfumadas, para que éste otoño sea un otoño de verdad, con lo que toca, con lluvia, frío, setas, castañas y algo del sol otoñal.


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