EL OLOR A LEÑA - I

EL OLOR A LEÑA

        Hoy al salir del coche, recibí una bofetada, una bofetada bendita. El olor a leña entró en mis venas y mi cerebro hizo una pirueta y se dió la vuelta sobre si mismo. Ese olor a leña,ese olor ancestral que todos llevamos dentro. Yo en ese instante viajé lejos, muy lejos, me fui hasta mi primera hoguera. La encendí y sentí su fuego, como si ese fuego siempre estuviera conmigo, como si ya lo llevara dentro.

        La primera hoguera, con sus llamas teñidas de láminas de plata, con sus estallidos de alegrías, con sus susurros y compincheos. La primera hoguera, la que nunca se apaga y que nunca se olvida.  Y el quiera venir conmigo que se suba a este carro y así se traslade a su propia y primera hoguera, y notará que sus llamas le son conocidas, que las lleva grabadas a fuego lento dentro del alma.

        Tambien recuerdo las hogueras de las acampadas, hogueras con luz de luna y bajo el manto de las estrellas. La vida se realizaba alrededor de ellas, las risas, los llantos y las penas y el dejarse acariciar por esa mano caliente que emana de ella. Hasta que las horas pasaban y ya los primeros rayos anunciaban el amanecer rojo, el espléndido amanecer de cada día.

                              Otras hogueras, fueron con paseos al monte. Alrededor de primeros de Noviembre, el día de todos los santos o el de la noche Celta. Los Celtas dejaban vagar esa noche a todas las ánimas, era su noche y los humanos se refugiaban en sus casas. Dejaban bebida y comida para las almas en pena, en el alfeifer de sus ventanas. Para la ocasión las almas se colgaban sus mejores galas, que eran cuatro harapos, pero con xeito (gusto), ya se sabe que ellos son muy apañados. Los harapos parecían trajes de gala y así desfilaban, y al frente siempre iba la Santa Compaña o santa que acompañaba a los muertos. Eran tardes de castañas asadas (el Magosto, se le llama), mezcladas con vino ácido, amargo y espeso. El olor a castañas, junto con el de la leña, era un olor que te atravesaba como una daga. Era la muerte en vida, era una pena de muerte.

                              Otra textura de la hoguera, inolvidable para mí. Era la chimenea de mi casa de Vigo, que por Navidad, para ser más concreto, en Fin de Año, mis padres nos dejaban encender la chimenea. Era la única vez en el año, era el 1 de enero, era un día señalado, como lo era el 1 de noviembre para las almas en pena. Se encendía el 31 de diciembre, siempre con las ganas que se pueden tener al ser el único día. Aunque que para encenderla había que sudar a chorro, pues debía haber una coincidencia astral: que la luna, el viento y las constelaciones, coincidieran en ese mismo momento y que nos ayudarán a realizar nuestro sueño, que se encendiera de una puñetera vez la chimenea. Aún así, nos aventurábamos y nos poníamos a ello. La primera fase era de ventanas abiertas y desde fuera, salían cortinas de humo por las ventanas y daba la impresión desde fuera, de que la casa estaba en llamas. De todas formas, ahora sigo pensando que el constructor o paleta que la hizo aún debe estar ardiendo en el infierno.

                               Después venía la espera, las largas horas en que se desarrollaban multitud de acontecimientos:  primero era la cena, seguida del atragantamiento por las uvas y después las inconsecuentes o surrealistas borracheras y por fin el programa de fin de año de la tele. Este era un castigo y una penitencia en vida. Por él desfilaban todos los crápulas de éste país y del mundo entero. Al final entraba Morfeo e iba durmiendo a los pocos que quedaban en pie, el resto ya sobaban como auténticos cerdos, el champán había hecho estragos. Ya casi era la hora, nuestra hora, la tan deseada y así empezaba el desfile de los colchones hacia la chimenea. Se avivaba el fuego, para que nos abrazara con sus tentáculos de llamas y ya te dejabas  llevar por la calidez de sus caricias. Y ya con ese fuego y ese olor a leña, uno se dejaba mecer en los brazos de Morfeo.

                             P.D.- Tambien, como no, me acuerdo de la hoguera y el alambique, pero éste cuento ya está escrito, en la segunda parte de la "Vendimia y el Alambique"

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JULIO CORTÁZAR