Desde que nos instalaron en la suite del hotel Palace o sea en la
celda de castigo, ya cambiamos de manos, los policías Nacionales sólo
venían a la celda a despertarnos a gritos e insultos y también para
acompañarnos a subir al primer piso. Aquí ya había otros policías, estos
iban de paisano (les llamábamos los secretas, de la policía secreta),
al verlos de paisano, uno se relajaba un poco, ya no eran todo uniformes
y te entraba una bana esperanza de que éstos nuevos policías, no te
darían tantas hostias. Pero esto sólo fue un momento, pues pronto se me
quitó la idea, de inmediato pusieron manos a la obra y empezó el
interrogatorio.Este siempre se realizaba en un cuarto sin ventanas, para seguir sin tener referencias del día o de la noche . Con luz de interrogatorio de película, la luz de un flexo en tú cara. El tiempo en ellos transcurría despacio, muy despacio. Se empezaba haciendo la misma pregunta. Si ibas a cantar como una gallina. Si era no, como así era, ya empezaba el poli malo, a descamisarse, a remangarse, a fruncir el ceño, en señal de cabreo y a frotarse las manos, en señal de ponerse las botas. A continuación, se iba el poli bueno y empazaba la fiesta, sin más preámbulos. Primero te calentaba la cara con unas buenas bofetadas, despues ya cerraba los puños, y golpe directo. Era un martillo pilón lo que te venía encima.
Cuando se cansaba fisicamente de dar hostias, digo fisicamente, pues mentalmente el seguiría hasta que la gallina cantara o pusiera un huevo, dejaba transcurrir unos minutos. Unos minutos en el que él empezaba a preparar el material para la siguiente función. Te enseñaba una pistola, una palangana, las esposas, etc..., todo muy despacito. Para que te enteraras de lo que iba a venir y si cabía una señal de miedo o de duda, si esta no la percibía, pasaba a la acción, para él tan deseada. Empezaba el baile de nuevo. Lo primero era ponerte la pistola en la sien, con fuerza para que el cañón se marcara en la piel. El apretaba el gatillo y la pistola se disparaba, tú ya te habías despedido de todo y dejabas tús bienes al perro del vecino. De inmediato, notabas entre tús piernas el calor de tú propio meado y no sólo eso, el olor a mierda te invadía. Era magnífica ésta sensación nueva, cagarse y mearse todo a la vez, !que placer!, tanto me gustó esto, que sigo practicándolo por lo menos una vez a la semana.
Pasado éste momento tan divino. La cara estaba bañada en lágrimas, yo lloraba por fuera y por dentro, tú cerebro era papilla.. Eras un muñeco hueco, sin sensaciones ni pensamientos. Sólo te abrazaba el miedo, pero habías llegado tan lejos, que había un momento en que el miedo desaparecía. Ya no tenías miedo a nada, ni siquiera a la muerte y hasta pensabas en ella, como tú única salida de aquel infierno. Después y ahora sin pausa, venía otra buena dosis de hostias. De atontado y agotado que estabas, ya casi no sentía nada. Aquí creo que se equivocaban. Pues después de darle un beso en la boca a la muerte, las hostias sólo producían odio, ira y rabia. Lo mirabas desafiante, le mantenías la mirada y le marcabas un esbozo de sonrisa. Esto le disparaba y el tío se encegaba más y más y más,....
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