Cuando me veo en una foto antigua, aseguro que no me reconozco, vamos que no me encuentro los rasgos comunes y que lógicamente debía haber. Dicen que unos cuantos rasgos quedan, queda la mirada, ya no con el mismo brillo, claro, pero si esa forma de mirar tan característica de cada uno, queda una sonrisa o un rictus en los labios que te identifican, quedan la nariz, las orejas y el hoyuelo en medio de la barbilla (éste si lo tienes) o queda una cicatriz que te hiciste o te hicieron de niño, en fin queda un halo de ti mismo. Y a mi no me queda nada, vamos que cuando me veo de niño, yo digo yo no fui ese tío o ese niño, no asumo para nada mi procedencia y todo porque no encuentro un sólo rastro que me identifique con él.Quizá haya algo en la mirada, esa mirada entre dos aguas, que no es risa pero que tampoco es llanto, o sea una mirada indefinida, pero con un deje tirando a sonrisa cínica o sarcástica. Pero bueno esto es rizando el rizo, pues vuelvo a repetir, que yo no me veo y pienso muchas veces, que a ver si de pequeño no me cambiaron por otro niño, uno, como decía mi madre, menos arisco y más simpático, más hablador y listo y más competitivo, que hay que ser competitivo hijo y ser ambicioso, sobre todo, ser ambicioso, pues la ambición lo hace todo, mira a tu padre que lo fue durante un tiempo y ahora sólo trabaja y no hace nada más que eso, trabajar como un tonto. Entonces con estos antecedentes, ¿a mi me va a extrañar que me hayan cambiado?.
Yo creo que en cuanto pudo, mi madre hizo el cambalache y cogió a un niño abandonado por sus padres y ese niño y por instinto de supervivencia, hizo que era ambicioso, simpático, amable y educado y su madre adoptiva, que era mi madre, se puso la mar de contenta, pues el niño llegó a estudiar Medicina. Pero cuando el niño acabó la carrera, la madre si dio cuenta de su error, el niño se reveló como realmente era o sea que salió del armario y ese niño ya hombre, era igual que como soy ahora: arisco, huraño, poco hablador, terco y la ambición la vendí en un puesto de pescado, mejor dicho, cambié la ambición por un cucurucho de percebes.Todo esto me pasó, por tener que sobrevivir en medio de la estupidez de la clase media. En la que por cierto persisto y vivo, pero ya sin los aditivos y complementos que de aquellas tenía la puta clase media. ¡He dicho!. Ahora soy clase media sin la pretensión y sin la ambición de ser un tío de clase más alta, me gusta ser clase media, pues así puedo dar estopa a los dos lados, aunque a los de arriba, no les presento mis respetos y les daría unas cuantas lecciones, lecciones de como se debe andar por la vida y de como se debe respetar a los menos pudientes. Y por cierto, algún día les haremos repartir su pasta gansa entre todos. Como veis aprovecho cualquier ocasión, para meter una cuña publicitaria.
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