Y hoy día 30 de Marzo y es Domingo. Menudo mes más largo, por lo menos referente a la pasta. Bueno y hoy tengo ese despiste que supone el cambio de hora pero más agudizado, pues hoy me he levantado tarde y arrastras y eso se paga en descontrol horario. Bueno nada que no pase en el rápido transcurrir del tiempo, y dentro de una hora me habré olvidado. Hoy pensaba en que pena de ideales revolucionarios y no en la idea utópica, sino en los bocetos que hay o en los intentos de concretarla. Me refiero a que hoy en día no hay ningún Faro que nos ilumine, no hay nada concreto y lo que hay son bodrios podridos.
Hay quién pone a Cuba como ejemplo y a Venezuela, a Bolivia, a Ecuador, a Rusia, a China y a nosecuantos países
más, que están cortados por el mismo patrón: tienen un iluminado al frente, el cual lo que persigue con un lenguaje pseudo revolucionario es que se le adore de per se y hasta el infinito. Sin él no hay revolución y sin él no hay nada: ¿Y esa es la revolución que queremos?, cambiar los santos de la Iglesia por santurrones populares. Que pena de revolución, qué pena de ideales. Yo no nací para adorar a nadie, yo nací para ser libre y si éste mundo está mal repartido, habrá que hacer algo.
Pero parto de una premisa previa, yo no veo Faros revolucionarios, solo veo el que llevamos nosotros mismos. Partimos de nuevo de cero, pero así es la vida de dura, y más vale partir de cero, que partir de situaciones ya viciadas. Y ya sé que los humanos somos así y que necesitamos algo concreto en que fijarnos, pero también que si somos humanos lo que viene en el contrato, que podemos rectificar y así poder decir que más vale la utopía que las malas fotocopias sobre ella. Las revoluciones deben ser liberadoras y no opresivas y con nuevos caudillos.
Hay quién pone a Cuba como ejemplo y a Venezuela, a Bolivia, a Ecuador, a Rusia, a China y a nosecuantos países más, que están cortados por el mismo patrón: tienen un iluminado al frente, el cual lo que persigue con un lenguaje pseudo revolucionario es que se le adore de per se y hasta el infinito. Sin él no hay revolución y sin él no hay nada: ¿Y esa es la revolución que queremos?, cambiar los santos de la Iglesia por santurrones populares. Que pena de revolución, qué pena de ideales. Yo no nací para adorar a nadie, yo nací para ser libre y si éste mundo está mal repartido, habrá que hacer algo.
Pero parto de una premisa previa, yo no veo Faros revolucionarios, solo veo el que llevamos nosotros mismos. Partimos de nuevo de cero, pero así es la vida de dura, y más vale partir de cero, que partir de situaciones ya viciadas. Y ya sé que los humanos somos así y que necesitamos algo concreto en que fijarnos, pero también que si somos humanos lo que viene en el contrato, que podemos rectificar y así poder decir que más vale la utopía que las malas fotocopias sobre ella. Las revoluciones deben ser liberadoras y no opresivas y con nuevos caudillos.
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