
Y te perdí a lo lejos,
y mientras desaparecías,
tu sombra se despedía,
y saludaba con la mano
y daba aspavientos al viento,
y cogió el sombrero
y lo tiro por los aires,
y yo pensé,
¡se acabó!,
y sentí el aguijón punzante
o era una espada, que se clavaba
o era algo que me partía por dentro,
pues yo sabía,
que era la despedida definitiva,
y ya sé que prometimos volver a vernos,
y a escribirnos cada Domingo,
y yo soñaré contigo y tú conmigo,
pero los sueños son sueños,
y la realidad es la de cada día,
y entras y sales y sales y entras,
y cada movimiento es un desgaste,
y nuestra maquinaria del alma,
necesita aceite y engrase,
y un poco de mantenimiento
y si al parecer somos máquinas,
¡para qué prometernos nada!.
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