Como podéis ver, la vida humana prosigue a pesar que algún descerebrado le quiere poner la zancadilla. Yo soy de los que pienso que si uno se aburre del factor humano, pues va de culo y como consuelo se agarra a cualquier palo ardiendo. A mi lo humano no me aburre, me aburren los comportamientos humanos que son casi inhumanos, me aburre la desidia, la envidia, el egocentrismo, el pensar que somos superiores a los otros, que todo gira alrededor de nuestro ombligo, que las guerras son un simple resultado de nuestros enfados o sea que las llevamos en los genes guerreros. Y hay quién sólo ve ésta parte de la tortilla y no ve la otra.
Yo me acuerdo de un par de tías que tuve en tiempos lejanos, que eran con los humanos las más hijas de puta de la Tierra y en cambio con los animales, mejor dicho con los Perros, eran todo suavidad y cariño. ¿Y porqué?, pues el humano siempre le podía responder y en cambio el perrito faldero, sólo le podía mover su cola y hacer una cabriola. O sea que una cosa no lleva a la otra y como siempre depende de los motivos que tengas para ser cariñoso con el uno o con el otro o con los dos. De hecho, yo heredé mucha desconfianza hacia las personas que se vuelcan sólo con los animales.
¿Y porqué heredé esa desconfianza?, pues porque ellas me medieron de palos por todos los lados, me dieron de esa manera tan cínica que suponía un beso delante de otros humanos y una buena o varias hostias cuando los demás se iban y a modo de propina. Para mí siempre tenían la mano levantada y dispuesta para una linda bofetada o para algún improperio que para un niño, como era yo, significara algo humillante y como de aquellas siempre había cosas familiares ocultas y porque así eran las famosos normas de buena educación, pues la verdad es que tenían material de sobra. Yo prefería los improperios, pues yo tenía la cualidad de que todos los verbos, adverbios y adejetivos que me espetaban a la cara, que me resbalara y en cambio, las hostias dejaban una buena marca y unas cuantas lágrimas derramadas.

¿Y porqué heredé esa desconfianza?, pues porque ellas me medieron de palos por todos los lados, me dieron de esa manera tan cínica que suponía un beso delante de otros humanos y una buena o varias hostias cuando los demás se iban y a modo de propina. Para mí siempre tenían la mano levantada y dispuesta para una linda bofetada o para algún improperio que para un niño, como era yo, significara algo humillante y como de aquellas siempre había cosas familiares ocultas y porque así eran las famosos normas de buena educación, pues la verdad es que tenían material de sobra. Yo prefería los improperios, pues yo tenía la cualidad de que todos los verbos, adverbios y adejetivos que me espetaban a la cara, que me resbalara y en cambio, las hostias dejaban una buena marca y unas cuantas lágrimas derramadas.
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