Cuando desde la mañana nos rendimos al calor
esperando la noche
con las bombas que lavan las calles
y el asfalto que humea de vapor,
cuando la vida no es una trama
sino un balbuceo de digresiones,
aflora en el letargo una imagen de agua
entrevista en el campo entre helechos y ortigas,
estirada como una sábana con broches de ramas
y un cuenco de piedras verde-hielo.
De golpe entonces esa tregua consuela
hasta los escépticos como nosotros, como cuando un invierno
asomados por casualidad a un balcón hemos visto
el enjambre de las Táuridas hendir de pronto el cielo oscuro.

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