Avanzado el verano en estas tierras del Guadiana, entre los marrones y los verdes sobre el gris o el negro azulado de la pizarra, gotea el amarillo en las flores de las chumberas. El nopal mexicano fue traído bien pronto a la península y desde aquí se extendió por otras zonas de Europa y por África. Se ha hecho tan de aquí que muchos no son conscientes de que se trata de una planta importada. Hoy he visto dos abejas libando de una flor no abierta del todo. A ellas, de dónde sea el nopal les importa poco.
La etimología de chumbera, además, no está clara. La mayoría se inclina por hacerla proceder del portugués chumbo (plomo), que viene del latín (plumbum). Como chumbao o chombito se conocía en español a partir de la comunidad de vida y comercio con los pescadores gallegos y portugueses una plomada que, por similitud de forma, dio nombre al fruto del nopal y, por extensión, a la planta entera, que en la lengua taína de las Antillas y el Caribe se conocía también como tuna.
Cuando miro esta flor y nombro la planta tengo detrás una lejana historia de varios cruces de culturas e imaginación de los hablantes que necesitaron decir algo que desconocían.
Y así se construyen las lenguas, la cultura, la vida.

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