"Afganistán para principiantes". Capítulo 4. (Blog "No es Nada Personal")


Tras la disolución de la Unión Soviética, cuando los muyahidines (fundamentalistas religiosos) se hicieron con el poder de Afganistán en 1992, el que pasó a ser expresidente del país (de ideología comunista), Mohammad Najibullah, se refugió en la sede de la ONU en Kabul. Vivió allí varios años hasta que en 1996 varios talibanes (una de las facciones de los muyahidines) asaltaron el edificio. Tanto a él como a su hermano les capturaron y les torturaron. Al hermano le ahorcaron. A él le castraron, le dispararon, le ataron a un jeep y pasearon su cuerpo ensangrentado por las calles de la ciudad. Después, les colgaron de un poste en una céntrica plaza, colocándoles billetes en la boca y entre los dedos. “Por haber violado los derechos del pueblo afgano”. Fueron años de oscuridad. De latigazos, lapidaciones, amputaciones y mutilaciones. De manos y pies colgados de árboles. De minas antipersona, atentados suicidas y bombas. Años devastadores de destrucción, miseria y prohibiciones tan salvajes como prohibir trabajar a las mujeres y tan ridículas como prohibir fotografiar seres vivos.
En ese macabro contexto y tras los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York en 2oo1, Estados Unidos invadió el país para “librar una guerra contra el terrorismo”. Siendo realistas y dadas las circunstancias, no parecía muy difícil mejorar lo que había. Bastaba con volver a abrir los colegios para que las niñas pudieran estudiar. El teórico intento estadounidense de llevar democracia a Afganistán y acabar con el terror empezó desde el aire, bombardeando ciudades. Se hablaba de ayuda humanitaria, pero era una guerra. Se hablaba de haber liberado del burka a las mujeres, pero la cárcel que había detrás de esa rejilla no desaparece tan rápido, ni de la mente ni del alma. Se hablaba de fondos internacionales, pero los dueños de Afganistán estaban más preocupados de cobrarlos que de invertirlos.
Se hablaba. Pero poco a poco la prensa internacional y, en consecuencia, el Mundo se fueron olvidando del país asiático. De vez en cuando, entre noticia y noticia, se mencionaba algún un atentado suicida en un mercado de la capital o alguna una bomba en una mezquita. (Sin que aparentemente nadie se preguntara qué hacía una bomba en una mezquita si se supone que los autores eran musulmanes). Podría parecer que la ausencia de noticias eran buenas noticias, pero nada más lejos de la realidad. Como decía Antonio Pampliega, “el país seguía dando vueltas en el retrete sin terminar de irse por el desagüe”.

 

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JULIO CORTÁZAR