Se dice que el que escribe es un ególatra y porque para escribir tienes que soportar soledad a raudales y como decirlo y para que no haga daño a nadie de los que escriben y pasar momentos patéticos que sino lloras es porque ya no te quedan lágrimas y porque muchas veces está el pozo seco.
Yo, no soy de llorar a destajo. Tuve una época, quizá fueron dos o tres años de esa etapa llorona y en la que me salían las lágrimas de cocodrilo a la mínima en que fueran en contra de mi o a la mínima que me dijeran lo que no me gustaba. Bueno, lloraba por todo, en contra o a favor y hasta lloraba en mis momentos más neutros y en donde no tenía ningún motivo por el que llorar. Pienso que lloraba porque me sobraban las lágrimas y a la mínima historia me desbordaba como un río en crecida.
Llorar está muy bien, pero llorar en demasía y por cualquier cosa...puede resultar como demasiado triste sin un porqué y al mismo tiempo, como demasiado empalagoso y meloso y porque a cambio puede ser que estés pidiendo un abrazo comprensivo y que yo sería el primero que lo daría (pero esa es mi contradicción), pero al mismo tiempo no me gusta que me quieran por lástima y por dar pena. Pido un poco de orgullo en la misma pena y un poco de dignidad cuando uno se siente y está jodido.
Dignidad ante todo y yo no quiero ser un paño de lágrimas. Me gusta más ser un poco de todo, a veces triste y que me caigan las penas como peras maduras y otras veces, verme el ser más feliz de la tierra. Y de vez en cuando (y no muchas) sentirme un ser neutro que disfruta flotando y de paso y si me dejan, salir volando.

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