Las miro o mejor dicho no las miro
porque yo cuando camino
no miro nada ni a nadie,
sino que las intuyo o las veo
de alguna manera, y sólo yo sé cuánto
y cómo me fascinan los rostros bellos,
y qué culpable me siento
inexplicablemente, de andar
con mi ropa vieja, toda yo desarreglada, despeinada, triste, asexuada,
cargada de libros, con mi expresión tensa, dolorida, neurótica, obscura,
y mi ropa ambigua,
mis zapatos polvorientos,
en medio de mujeres como flores,
como luces, como ángeles.

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