No duele en sí, la vida,
duele la crueldad de los amaneceres
y el lento paso de los atardeceres.
Duele esa luz opaca entre sol y la sombra,
duele el prólogo y el epitafio que vendrá después,
duelen los amores prohibidos
y casi siempre vencidos,
duelen las mentes convexas y complejas,
duele el fiero gruñido de una bestia carnívora,
el olor a carne diezmada,
la putrefacción de lo vivo,
y la muerte riéndose a carcajadas
delante de tu cara...
Duele el aroma a leña
las tardes largas y tediosas,
el cálido color otoñal,
las risas resonando en una caja metálica,
un recuerdo lejano que con el tiempo
se ha convertido en china en el zapato.

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