Que estamos a miércoles y día 21 de enero. Aquí estamos y estamos en lo que tenía que ser lo más crudo del invierno, pues resulta que es una primavera anticipada. Pero no me voy a repetir más con este puto tema del clima. Yo solo sé que estoy con las ventanas abiertas y en pleno mes de enero y con eso, ya lo digo todo. A veces, a fuerza de repetir y repetir las cosas consigues el efecto contrario.
Hoy es un día duro para mí y porque me levanté empanado y sigo empanado y la verdad es que duele y mucho, estar empanado. Es un estado vegetativo pseudocomatoso, donde la verdad, te importa una mierda y en donde la mentira, te da exactamente igual. Total, es que no estás o por lo menos no estás en esta dimensión. Y mira que están ricas las empanadas, pero las empanadas cerebrales no me gustan un carajo. Véis pasó el día y son exactamente las 7 de la tarde y aquí ya es de noche oscura. Un día de mierda el mío. Yo, en un día como este, es cuando pienso si merece la pena seguir viviendo. Pero ese mal pensamiento dura exactamente un segundo dentro de mi cabeza, pues de inmediato saltan todas y a la vez mis alarmas vitales y estas me hacen pensar en positivo (mañana será otro día, días así los hay y no pasa nada, después de un día malo siempre viene uno mejor y bla, bla, blá...).
Al final, siempre vuelvo al carril positivo y no sé como lo hago, pero siempre vuelvo a él. Es de suponer que ya nací así y es que a lo largo de mi vida tuve muchas zancadillas que me pudieron tumbar hacia el lado oscuro: porque no fuí un niño muy querido por mis padres y yo en mi infancia he sido feliz, pero lo fuí a pesar de que era un puto estorbo de niño. Hostias llevé a mansalva, insultos despreciativos para que contaros, mi madre intentó que tuviera todos los complejos habidos y por haber, los curas me machacaron a tortazos que aún resuenan en mis oídos. Y a pesar de todo esto...yo seguía siendo un niño feliz y porque conseguía aislarme de todos ellos y me permitía vivir dentro de mi propia dimensión. Ahí aprendí a sobrevivir y rodeado de las peores condiciones posibles. Y mi infancia, solo es un ejemplo más, pues la vida me depararía otras sorpresas negativas que ahora mismo prefiero no contar (hay momentos para cada cosa). Pero mi infancia fue mi verdadera escuela para ser un sobreviviente. Joder, que pronto aprendí a defenderme de un entorno agresivo y abusador.

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