En los días neutros, se te enciende y se te apaga el coche y tal y como si estuviera falto de batería, arranca y se para, arranca de nuevo y se vuelve a parar. En los días neutros nunca acabas lo que empezaste y además no acabaste, pero para más recochineo, en un día neutro nunca vas darle un final a esa historia que empezaste. Los días neutros son amorfos e insípidos, no saben, no huelen a nada y siempre tienen ese color indefinido que es el color gris ceniza. En los días neutros ni te plantees el echarte un polvete o el hacerte una paja, porque la tendrás morcillona como el día o sea blandita y es mejor que la emplees para mear, que será más eficaz (perdón por la guarrada).
En los días neutros no se acaba el mundo, pero casi. En un día neutro alguno apretará el botón de los misiles nucleares y nos iremos todos juntos al puto limbo de la neutralidad. Tampoco se deben tomar decisiones, porque serán decisiones blanditas llenas del sí pero no o del no pero sí. Dicen los entendidos en la materia, que los días neutros son los ideales para quedarse en casa y a reflexionar pero sin coger apuntes. Pues craso error, lo de quedarte en casa tiene un pase, pero lo de reflexionar, va a ser que no y lo digo porque si todo a tu alrededor está empanado y adormecido ¿que estimulo tienes para alimentar tu alma inmunda?, pues si es un día neutro, no te quedará ninguno. Por tanto en los días neutros es mejor ni pensar, ni reflexionar, ni follar, ni salir de casa y si tienes una pastilla dormidera, te la tomas y ¡hale! hasta el día siguiente y esperando que la luz del sol luzca de nuevo.
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