Si alguien te está mintiendo con sus palabras, lo mejor es mirarle directamente a los ojos y así sabrás si realmente te miente. Cuantas veces hemos visto que en situaciones de duda se le pide al interlocutor que le mire a sus ojos, y lo hace para descifrar lo inexcruptable y lo inexcruptable está escrito en los ojos, en sus pupilas, en el movimiento de los párpados o parpadeo, en la mirada huidiza y si uno llegará o pudiera llegar, al fondo de los ojos del otro, vería que lo que piensa está escrito y grabado en la Retina y en letra impresa.
Mirar fijamente pone nervioso al contrario, hombre y a veces es lógico, pues si lo haces demasiado fijamente, el otro tiene la sensación de taladro o sea que tus ojos están llegando hasta el fondo de su cogote. Pero no hace falta llegar tan lejos y se puede mirar fijamente sin taladrar y para ello hay que fijarse suavemente en los detalles antes mencionados: sus pupilas, su parpadeo y con eso suele llegar, sin tener que penetrarle en su cerebro. Y eso se consigue mirando fijamente a ratos o sea, concediendo descansos y para que el otro menda se relaje y también intercalando miradas dulces con miradas penetrantes y así cuando el otro, tiene sus ojos relajados ¡zas! le metes tu mirada penetrante y después le pones otra vez la mirada dulce y así poco a poco y entre descanso y descanso vas leyendo su pensamiento.
Los ojos lo dicen todo, pero lo que no se puede arreglar es que la gente mienta. Mentían, mienten y seguirán mintiendo, aunque no todos, por suerte. Yo aquí sólo recalco el poder que tienen nuestros ojos, el poder mirar más allá de las palabras, de los gestos, de las expresiones mimetizadas y de las miradas despreciativas.
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