LA LUZ

¿Influye el tiempo en nuestro estado de ánimo?. Pues claro que influye, un día como el de hoy claro y de azul cielo, sólo verlo te levante el ánimo. Y esa influencia en ti, en tú alma puede ser más importante de lo que piensas, por lo menos eso pasa en mi caso.

 Me acuerdo perfectamente de los muchos años que viví en Galicia y mi evolución en ellos y de mi relación con la lluvia, los temporales y por supuesto los pocos días de sol. La que caracteriza a Galicia, ¡menudo descubrimiento!, es el gris plomizo de su cielo, aunque también depende de donde vivas: si es en interior, si es en costa, si es más al sur o es más al norte. Yo nací en Vigo y allí el tiempo es más suave que en el resto de Galicia, hay más días de sol, no muchos, y no bajan tanto las temperaturas, y su inconveniente es que hay más días de espesa y densa niebla.

   Después me trasladé a Santiago y aparte del inconveniente de no tener mar y eso se nota, el clima era claramente más lluvioso y desapacible, aunque de aquellas como estudiante, el tiempo influía poco en mi estado de ánimo o eso pensaba yo. La humedad en Santiago era bestial y aún me acuerdo de intentar meterme en aquellas camas desvencijadas y que no dabas separado las dos sábanas, por estar completamente pegadas por la húmedad, era como intentar meterte entre dos capas de cebolla. Y una vez, ya en la cama, parecia que te estabas dando un baño en agua fría. Y las paredes de la habitación, siempre rezumantes y espléndidas de humedad y que dibujaban regueros que parecían rios, siempre cambiantes.

   Después me fuí más al Norte, en concreto A Coruña, aquí me reconcilié de nuevo con el mar, al mar al que yo había abandonado. El tiempo aquí fué igualmente lluvioso y se acompañaba de fuertes vientos, pero el mar, el tener el mar tan cerca compensaba todos mis desvelos. Posteriormente me trasladé a Costa da Morte y aqui si que la cagué, la cagué bien cagada, la cagué patas abajo. Y eso que empecé bien la aventura, pues tuve un año de bienvenida, un año primaveral, un año precioso que coincidió con el tanteo de mi nuevo entorno. Por tanto coincidió ese año espléndido con frecuentes excursiones por los montes cercanos, con paseos largos y tediosos por sus preciosas playas, con descubrir sus rincones escondidos y comprobar in situ, la fuerza de la naturaleza. Porque no hay sitio en el mundo o mejor dicho en mi pequeño mundo, en que tú vida dependa tanto de la naturaleza. Allí en A Costa da Morte, por lo menos de aquellas, no podías vivir pendiente de querer ir la cine o de ir a actuaciones musicales, ni siquiera de ir al teatro, todo esto allí era banal, era como pedir peras al olmo. En éste sitio apartado del mundo, dependías exclusivamente del tiempo y de lo que te ofrecía la naturaleza y aquí en ésta Costa perdida, la naturaleza era explosiva, todo se hacía a lo grande, sobre todo los temporales, la lluvia, el mar encabritado, los ríos, los montes y las personas, que por cierto no les faltaba carácter.

   Por tanto en A Costa da Morte, el clima en principio hizo un pacto conmigo, una pacto engañoso y demoníaco, pero un pacto al fin y al cabo. Me ofreció durante un año toda su condescendencia y a partir de ahí me enseñó los dientes, lo que realmente era: una sucesión de frío, lluvias torrenciales, humedades bestiales, días ya no grises si no negros como el luto, días de apagones y arrimados a la luz de una vela, días desapacibles en una sucesión infernal, donde a veces te preguntabas, que si fuiste a vivir al fin del mundo, pues que le ibas a pedir y que diablos te esperabas, que el fin del mundo allí de verdad, estaba. Al principio intentabas combatir la maldición, te rebelabas y salías aunque cayeran chuzos de punta: ibas a pescar con temporales, hacías senderismo por los montes cercasos, aunque fueran lodazalesl, ibas  a por setas aunque las setas ya las tenias dentro de tu casa, y al llegar de nuevo a casa te reconfortabas pegándote a la chimenea y no te metías dentro, porque no cabías. Eso sí, vida interior, vida dentro de tú casa, en eso eras el puto rey, que remedio te quedaba.

    Poco a poco y al lento pasar de los años, tús pilas se desgastaban y como siempre que se desgastan, tardas algún tiempo en enterarte y sólo cuando tú alma estaba ya podrida y tús huesos chirriaban por la humedad reinante y tús ojos eran ojos de topo por los apagones continuados, entonces reacionabas y empezabas a preguntarte que era lo que te ataba a aquel humedal y claro la respuesta era clara y nítida, pues nada me retenía. Así que más adelante, por circunstancias más personales que el tiempo, se me presentó la oportunidad de irme al Sur, al sur de España, no me lo pensé dos veces y aclaro que sobre todo ,éste decisión fué tomada por otras causas, pero el cambio a mejor tiempo también aportó su granito de arena.

    Así que llegué al Sur, en concreto a Chiclana de la Frontera, con previo paso por Cádiz. Lo primero que me llamó la atención fué su viento de Levante y aquí aprendí una buena lección, y es que el viento y en concreto este viento, el de Levante, también marca y mucho, tú estado de ánimo. Al poco de estar allí, me di cuenta que llevaba unos días muy flojo, como falto de espiritu, sin ánimo, arrastrado, desganado y seco, muy seco. Entonces me empecé a comer el coco y decidí que tenía que hacerme una analítica, pues estaba convencido de que tenía Anemia y esto se lo comenté a Lourdes y ella simplemente me dijo que era del viento. Yo por supuesto no me lo creí, pues en Galicia también había fuertes vientos y no te dejaban tan espachurrado. Al cabo de unos días, yo me levanté y me encontré como nuevo, tenía pilas y el cuerpo y alma respondían. Salí afuera a respirar hondo y pude comprobar que el viento había cesado, que había calma chicha y de repente acudió a mi cabeza las palabras de Lourdes, el viento había desaparecido y con él se había llevado todos mis malestares. Aquí en el Sur, el viento marca la vida y sobre todo la marca el viento de Levante. Se hacen prediciones con respeto al viento: éste verano hará Levante porque las avispas han puesto sus panales a resguardo del viento y efectivamente ese verano era levantero. También se hacía con los días en que se levantaba el viento, si era un lunes, un martes , un miércoles, etc. se acababa el refrán de la sigueinte manera: si el Levante salta un miércoles será dominguero y el domingo el Levante se iba ( o era algo parecido, del refrán no me acuerdo con sus palabras exactas). Y así con todo, con las Ferias, con los animales, con las mareas, etc...

   Aquí en el Sur descubrí el Sol y su claridad desbordante: Me enamoré de la luz y de ese brillo que emite, un brillo que desborda la capacida del ojo para poder soportarlo. Pero esa claridad y brillo engancha y como engancha, una vez que lo conoces ya no puedes pasar de él. Es como ver a dios al frente de su máquina de emitir rayos y relámpagos o como estar en una cubeta de decantación de una central nuclear. Después de ésta claridad ya no hay nada, no puede haberlo, no siendo que quieras quedarte ciego. Ésta luz desbordasnte, ésta luz que irradia te marca la vida y te hace salir a la calle, es más te hace el puto amo de la calle. Es como un chute de pura adrenalina en tú retina. Es como si el arco iris te lo metieran por el culo y saliera por tús ojos.

  El Sur, el sur y su viento, su mar, su temperatura, pero por encima de todas sus virtudes está su claridad. Si el cielo es el espejo de tú alma, allí en el sur, tú alma nunca pudo estar tan limpia, ni con Ariel, ni con lejía perfumada. El canto a la luz de Cádiz, puede ser infinito, no me cansaría de narrarlo y creo que por mucho que lo intente ni siquiera me aproximo a esa alucinación que te produce el Sol de Cádiz. Mientras vivía en Chiclana, tuve o tuvimos una oportunidad de volver a Galicia y de hecho nos fuimos una semana a valorar el posible cambio de domocilio. Claro que cuando llegué A Coruña ya se me empezaron a quitar las ganas, me recibió la primera bofetada húmeda y no paró de llover hasta que nos fuimos. Mientras estuve, en esos días en Galicia, yo pensaba en Cádiz y que a éstas alturas, sería el mes de Febrero, ya comíamos y vivíamos fuera de casa, en el jardín más bonito del mundo y que presidían tres preciosos niños. La vida de los tres retoños y la mía,siempre giró alrededor del jardín, de sus árboles frutales y de los inmensos pinos, de la cuesta que descendía hacia la piscina, de las sombras, del sol irradiante, de la inmensa vida que había en aquel jardín de ensueño. Y yo pensando que iba a ser de nosotros si volvíamos a aquella oscuridad vital y eso que amo Galicia, pero ahora no estoy hablando de amores, si no de realidades vitales. El cambio de vida que nos tocaría, si en Cádiz todo giraba alrededor de un jardín con flores, en Galicia todo giraría alrededor de los muebles de la nueva casa. Y ésta comparación no la soporta nadie, es un argumento que nadie puede rebatir. El gris plomizo contra la claridad celestial.

  Mi última etapa, en la que estoy hoy en día, es mi vida en Menorca. Por otras circunstancias que ahora no vienen a cuento, me trasladé a Menorca hace ya varios años. Y aquí la luz ha bajado su graduación, aunque sólo un poco, con respeto a Cádiz. Es el punto medio entre Cádiz y Galicia, hay luz clara y viva, pero no tan intensa como en Cádiz, y hay cielos grises pero no tan plomizos y presistentes como en Galicia. Hay viento de Tramontana, viento frío del Norte, pero no de carácter tan fuerte como el viento de Levante o sea no te marca tanto la vida. Se nota cuando está de visita la Tramontana, pero no te deja hecho una mierda, como el viento de Levante. El clima y el viento de Menorca marca a sus habitantes, aunque no de forma tan aguda como los marcan en el Sur. Sus habitantes llevan el sello intermedio, ni fu ni fa, ni esto ni aquello, ni blanco ni negro, ellos se deslizan por la vida como únicos habitantes de una pequeña Isla en medio del mar Mediterráneo, que más se les puede pedir, que sobrevivir.

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JULIO CORTÁZAR