Me repito y me reboto,
y lo hago entre éstas cuatro paredes,
en éstas cuatro paredes en las que me encierro
es mi propia prisión, es mi prisión de Alcatraz.
Vivo en una Isla en medio del mar,
y en mi casa he puesto rejas,
y no porque tenga miedo a que me roben,
ni porque tenga un tesoro escondido,
ni pasta debajo del colchón,
ni siquiera un cuadro de valor,
o unas alhajas de rubíes y diamantes,
no señor, no tengo nada de eso,
lo único que tengo de valor,
es mi pequeño ordenador,
y éste teclado, en el que escribo,
lo demás me da igual o casi.
Me gusta mi aparato de música,
y la nevera cuando está llena,
me gusta mi gran billar inglés,
y por supuesto mi cama,
esa cama que me da cobijo todas las noches,
esa misma cama que me abraza entre sus sábanas,
y que me acurruca dentro de un útero,
esa misma cama que me presta su almohada,
y que me dá un beso de buenas noches,
y esa misma cama, que cuando el día asoma por la ventana,
me coje por sus tentáculos y no me suelta,
me pide y me ruega, que no la deje sóla,
y que la caliente de nuevo con el calor de mi cuerpo,
que ella no sabe vivir sin mí,
y que yo, por supuesto sin ella.
Que se le va hacer,
si sólo tengo tres cosas materiales,
y por tanto, cosas más que prescindibles.
Me quedan el resto de las cosas,
las cosas que no se ven,
y que no tienen forma,
las cosas que se sienten
y que no se transmiten.
las cosas que no se tocan,
pues en el espacio flotan,
las cosas mágicas,
las ilusiones, los sueños,
la nostalgia, el amor,
el sentimiento, la pasión,
todo eso tengo yo de valor,
y lo tengo como un tesoro bien guardado,
el resto para mí es perecedero,
y por tanto no tengo ni el menor interés.
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