Ya tengo mi lista, la lista de la compra, y no la lista de Schindler, la
mía es de compra, compra y sólo habla de atúnes, mantequilla, leche y
demás derivados alimenticios. No sabeis que ilusión me hace tener una
lista de la compra, sin ella os aseguro que no podría vivir. Y es que
con la lista, ya tengo el croquis mental del supermercado, ya sé porqué
pasillo empezar y después seguir en zig-zag, hasta dar por culminado el
recorrido turístico. Y ya no me dilato más, tengo todos los
preparativos, sólo me faltan las ganas y la voluntad de levantarme.
¡Joder!, acabo de encender un cigarrillo y no sé si lo he hecho por
despiste o a propósito, pero el caso es que está encendido y estoy
saboreándolo y ese un placer que sólo tenemos los dioses. Escribir y al mismo tiempo fumando un cigarrillo, es gloria bendita. Y es que con cada calada me entran ganas de escribir más, es como si me inspirara con cada calada, es como si me estuviera fumando a mi musa. Son manías, ya lo sé, son manías que en éste caso me hacen daño a mí, pero no a los demás, digamos por eso del fumar. Son manías iguales a tener que escribir encima de una mesa y sentado en una silla duras e incómoda y todo colocado bajo mi orden desordenado o sea a ojos ajenos es todo pura anarquía y en cambio para los míos, está en el orden que tiene que estar. Pues con los ojos cerrados puedo encontrar todo, un bolífrafo, los folios y el paquete de Chester y hasta el vaso de agua. Y ahora sin más dilación, el Mercadona me espera.
Ya estoy de vuelta del mercadona, mi dí un baño de multitudes y colmé mi glándula pituitaria y lo hice olfateando el olor de todo tipo de sobacos, sobacos de hacer cola, sobacos veraniegos y de camisetas sin mangas y con plastas aromáticas bien mezcladas, una mezcla del sudor con el desdorante barato. Por lo demás no hay más novedades, salvo lo de siempre, el hacer la compra a toda hostia y todo previamente apuntado, pues a esa velocidad se me quedarían la mitad de las cosas. Y claro al llegar a la cola de la cajera, ya tuve la típica bronca muda, sólo hizo falta la mirada y ponerle el carro delante para que no se colara. La tía iba vestida de tigresa y se lo creía, se sentía divina y debía sentirse invisible y yo me sentí un león de supermercado, le tuve que echar un gruñido y enseñarle las uñas. Ella me lanzó su mirada de fiera y yo se la devolví con creces y como yo estaba primero, a la tía no le quedó otra que achantar y ponerse a la cola.
Y bueno, el ataque de hambre que me entró al salir del Mercadona, y debió ser por comer tanto con la vista, que mi estómago se quejó y no pude esperar más y con el coche recalentado y a más de 35º, me zampé media barra de pan como el que no quiere la cosa. Y ya está, este cuento se ha acabado.
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