Soy un contador de historias, a veces cuento historias buenas y otras
veces son malas o muy malas y es bueno reconocerlo, que a veces son
tragicomedias o basuras medioambientales. Es lo que hay y a éstas
alturas de la vida, no me voy a convertir en otro. Ojalá se pudiera
escoger a la carta (aunque en realidad, no lo tengo claro), yo quiero
ser así como en la foto de éste fulano o tener el cerebro de éste tio y
quiero además un cuerpo danone. Sería incongruente con el paso de la
vida, pero que importa la incongruencia con unos buenos pectorales y
unos abdominales de tableta de chocolate o con un cerebro de Einstein.
Todos hemos jugado ha parecernos a otro, sobre todo en la adolescencia,
cuando uno odia su cuerpo y en los demás cuerpos reflejas tús
frustaciones con el tuyo y al final, los cuerpos de los demás, siempre
son mejores que el que llevas encima. Te gustaría el pelo liso y suelto, porque el
tuyo es ondulado y rizo, los ojos azules porque los tuyos son verdes, la
mandíbula prominente porque la tuya es corta, etc, etc...Supongo que los colgados de su físico, que suelen ser actores de cine, pero que los hay en todos los rincones y en todos los colores, se van cambiando sus rasgos al ritmo que van envejeciendo. Ahora me quitas éstas arrugas debajo de los ojos y éstas ojeras y me estiras de aquí y de allá y me pones los labios carnosos como dos melocotones y me rellenas las tetas y me quitas estos michelines y en fin, un recambio en toda regla. Y salen como un muñeco nuevo, suave y reluciente, como un muñeco de cera. Aunque como hay para todos los gustos, los hay que se gustan pomiéndose músculo hasta en su cerebro, que no es mala idea que se lo pongan, total su cerebro ya estaba vacío y venga a engullir esteroides y hasta hincharse como monstruos deformes o como sacos de músculos. Y van ellos y se gustan. ¡Hay que joderse!.
Pero para mí lo peor de todo, son los que se ponen rasgos de púberes en cuerpos envejecidos. Son grimosos, son esperpénticos y los muy imbéciles, piensan que los demás no nos damos cuenta, y que no sabemos que el envejecimiento se puede disimular hasta el cuello de la camisa, pero más abajo, la piel festá flácida y caída, y da un cante que no veas. Es como un mostruo de dos cabezas, una cabeza es joven como la de un niño y la otra es de viejo reseco. Es que el contraste en la misma persona, exagera los rasgos contradictorios, los ensalza y los resalta y al final se repelen como dos polos opuestos.
Pero bueno, cada uno con su cuerpo que haga lo que quiera, como si se quiere cortar la polla, como las tetas o ponerse un pie en la nariz y como decía el otro, cada uno tiene el derecho de hacer con su cuerpo lo que quiera. Faltaría más. A mí lo que más me jode de todo esto, es que no se pueda transplantar el cerebro de Einstein, yo creo que me quedaría muy bien y nadie se enteraría y por dos razones no podría ponérmelo: una porque Einstein está más muerto que vivo y la otra, porque en el fondo resultaríamos incompatibles, pues yo soy un maricón perdido y eso lo llevo marcado en mi cerebro, en mi cerebro primitivo y Einstein, creo que era lesbiano. Por tanto incompatibles, incompatibles. ¡Que pena!.
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