LA ALAMEDA

         ¿Como te va?, como te va por el otro lado del mundo. Desde que te fuíste yo no respiro igual, ahora cojo el aire en frecuentes y pequeñas bocanadas, como si el aire me faltara o como si alma se escapara. Por aquí todo va igual, el pueblo es el mismo pueblo, quizá lo único que ha cambiado  es la Alameda. Te acuerdas de nuestro paseos por ella, del banco sin respaldo en donde nos sentábamos y de las hojas de los plataneros que surcaban de un lado al otro de la Alameda. Siempre nos reíamos de las que huían de nuestra vista, así llevadas por ráfagas del viento. Me acuerdo de tú pelo movido por el viento y como lo apartabas de tú cara, y como con sumo cuidado lo colocabas en su sitio, hasta que otro golpe de aire volvía a dejarlo libre.

                              Y aquél día, el día en que nos despedimos, sí fue allí, en la misma Alameda y como no quisimos sentarnos en aquél banco, ni ver los paisajes que siempre veíamos, ni quise observar como el viento jugaba con tú pelo, ¿te acuerdas?. Te acuerdas que ese día nos quedamos mudos y como apoyabas tú cabeza en mi regazo y en el silencio más absoluto. Y esa fue nuestra despedida, silencio envuelto en un mar de lágrimas mudas. Pues la Alameda la cambiaron, el paseo que era de tierra, ahora es de asfalto y ya nada es igual, bueno ya nada es igual desde que  tú te fuiste, pero además ahora, falta el perfume de la tierra mojada. Como disfrutábamos de ese olor tan fuerte, de ese olor a entraña de la tierra, ¡como nos gustaba!. Y el puesto de los helados, ese pequeño carro tan entrañable, pues murió el heladero y al parecer nadie de su familia se hará cargo de ese trabajo. Mucho frío si pasaba el hombre, allí quieto e impertérrito y sin poder moverse del sitio. ¿Te acuerdas?.

                                           El otro día me encontré con una foto y en donde estábamos todo el grupo de amigos y en la segunda fila estabas tú, tú con tú melena castaña y esos ojos que irradian vida y  llevabas un pañuelo rojo sobre tú pelo, el pañuelo que te regalé en tú último cumpleaños. Y cuando te ví en la fotografía me dió un vuelco el corazón, me dió un salto en el vacío, pues de nuevo te sentí a mi lado, ¡como si nunca te hubieras ido!. No sé, pero te echo tanto de menos, que las palabras no salen por mi boca y menos salen de mi pluma, sólo las lágrimas corren por mi mejilla. Pero yo no quiero que pienses en que soy débil, yo no lo soy o eso pretendo, porqué sigo pensando que dentro de poco nos veremos. Me tengo que ir y antes te tengo que decir, que te quiero más que a mi vida. Te quiero. Ah!! tenía que decirte que todos los días y a la misma hora en que te fuíste, acudo a la estación del tren, a ver si un día el mundo deja de girar y se para en esa estación y tú bajas del último vagón del tren. Ya sabes que yo sin la esperanza y sin soñar no soy nada. Te quiero.

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