LA MUÑECA, EL REY Y YO


                 Ahora con mis puntos, gracias a vuestras visitas, me llega un email de la empresa que me deja plasmar mi blog, en la que me felicita por el número de visitas y me dice que entro en el sorteo de una semana en las Islas Caimán. Os figurais, mi muñeca hinchable, ya con agujeros, el caimán y yo, los tres juntos en la misma cama, durante una semana con sus días y sus noches, puede ser una bacanal, una orgía desenfrenada, un trío bestial. A que os doy envidia, verdad que sí, lo del cocodrilo me encanta, me pone, me autosalivo. Imaginad toda esa boca llena de dientes, finos y afilados sólo para mí, y para mi muñeca. Esa piel con escamas, dura, fría y tersa, que además me sirve para rascarme la espalda. Esa cola fuerte y musculada, que le sirve más a mi muñeca, que a mí. Esos ojos al vacio, saltones, que tienen forma de botón atómico y que sus pupilas son como una puesta de sol. Todo esto llena mi cabeza de pensamientos obscenos y así no podré dormir jamás.

                                             A mi me gustan los cocodrilos, pero hay algunos que les ponen los elefantes moribundos, a que sí, querido Rey. Creo, que el próximo viaje a África, lo haremos juntos los dos, la casa real paga a tocateja, y así recorreremos la estepa africana, en busca de nuestros animales de peluche, digo animales favoritos, el cocodrilo y el elefante moribundo.  Por supuesto volaremos con Ryanair, que es mi debilidad. Una vez en la selva, en la zona de acampada y bien protegida de tanta bestia inmunda, por unos cuantos matones armarios que siempre lleva tras de sí el Rey, haremos un cocido gallego, todo bien regado de abundante Albariño y recién sacado de la orilla del rio y brindaremos en pelota picada a la luz de la luna africana. Nos cogeremos de la mano y juntos saltaremos la hoguera. Después giraremos sin parar alrededor del fuego y gritaremos, aullaremos y nos mearemos en el suelo o quizá en la hoguera, depende, todo depende del nivel tóxico.

                                           Al final de nuestra borrachera, acabaremos los dos juntos en el suelo a ritmo de cantares y de carcajadas con sabor a alcohol. Nos pondremos el brazo por el hombro, en ese mismo hombro en que el Rey, despues llorará, llorará con lágrimas de cocodrilo y me contará con respiración entrecortada, su infelicidad. El pobre está presionado entre su elefante moribundo y su yerno Iñaki Urdangarín, dice no tener consuelo, salvo su botella de vodka. Me confiesa, al fin, que el día o mejor dicho la noche del golpe de Estado del 23-F, dijo lo que dijo, porque alguien le había cambiado su vino, su Rioja preferido por un vino muy cabezón, un vino de La Mancha, para ser más concreto. De ahí, que el discurso le saliera al revés. Cuando quiso decir digo dijo diego, y ese discurso fue el que cambió el curso de nuestra historia más reciente.

                                         La noche acabó, como todas las noches de borrachera, cantando Asturias patria querida y sin soltarnos para no caer. Despues llegó de nuevo la fase de los lloros, éstos ya con mocos en yo-yo, de los que suben y bajan a ritmo de la respiración. Así, entre lloros, maldiciones y penas, acabaría ésta noche tan larga y jaquecosa. Antes de despedirnos, su Majestad, a éstas alturas ya me tuteaba, y ya me decía entre abrazos patosos, que me quería mucho, a mí y a todos los elefantitos, a su séquito y a toda la jungla y a todo lo que se movía. Vamos que estaba en plena fase de la exaltación de la amistad. Después y por tercera vez, se puso a llorar y empezó a decir que él no quería matar elefantes, que es su cuerpo el que se lo pide, que es culpa de su sangre azul y por lo viciada que está. Bueno lo de siempre, él no es el culpable, son sus natecedentes familiares y bla, bla, bla,....

                                  Por fin después de vomitar los dos, repetidas veces, va el Rey y me ofrece una copa de Soberano, que él engulle de un sólo trago y dice que es para compensar, para que sus genes familiares se callen y se vayan, pues a éstas alturas, refiere voces que le retumban y le producen dolor de cabeza. Y así como si nada, se despacha la segunda copa, parece que los ecos se le alejan y ya empieza a balbucear, parece que dice algo así como que: "que sólo estoy y que nadie me quiere, que tengo mucha responsabilidad y que a nadie le puede contar nada, que pobre elefantito, que pena de esos osos polares, de los vodkas, de los rusos y hasta de los puticlub"...

                                 El silencio se apodera de la estepa, sólo el sonido de esas pisadas alcohólicas con sus respectivos traspies, rompen el sonido de la noche y ya como podemos, dirigimos nuestros pies a las tiendas de campaña. Ha sido una larga jornada y ahora toca dormir la mona. Ya cuando estoy en la tienda, escucho las arcadas y estertores de su Majestad. Despues de ésto, viene de nuevo el silencio, ahora sólo roto por los ronquidos de oso de su queridísima Majestad.




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JULIO CORTÁZAR