UN DÍA DE OTOÑO

                      Es mágico, se dijo. Todo es mágico, se dijo nuevamente. Miró de nuevo a su alrededor y contempló la luz que entraba por la ventana. Era una luz otoñal, tangencial y con destellos de oro y plata y de paso miró el jardín, estaba verde y cubierto de hojas que el otoño había arrancado con su mano. Al fondo estaban los árboles frutales, ahora sin frutos, salvo el naranjo que empezaba a enseñar unas grandes y bellas naranjas y por supuesto el limonero lunero, el que da limones durante todo el año y que siempre cumplía su palabra. Por cierto había que fumigarlos, el pulgón estaba haciendo estragos, sobre todo en el naranjo y le vino el olor a azahar y pensó que no había otro olor más rico bajo las estrellas y por eso había que fumigarlo
ya.

                                  Interrumpió sus pensamientos, cuando oyó  el ladrido de las perras. Sí tenía dos perras Cocker, bueno más o menos eran cocker y se acordó de esa época procreactiva y pensó que habían sido 48 cachorros y al mismo tiempo, que su mujer cada 9 meses paría sin descanso por el medio, cada uno de sus tres hijos. Fue una época en que todo se reproducía, como si aquella casa estuviera encantada y tocada por una varita mágica. Y se recreó en sus pensamientos y como tuvo que hacer milagros para regalar los perros como churros y con un cierto engaño, pues hubo cruces con padre cocker, pero hubo otros que nunca se supo el DNI del perro. Regalar cocker era fácil, pero regalar perros mestizos o como se dice en mi tierra, perros palleiros, ya era otra cosa, pero aún así alcanzó lo meta de regalarlos todos.

                                     Sonrió un instante, pensando en aquel día que llovía a cántaros y que al llegar a casa y en el estudio, las perras estaban follando a destajo, las dos perras con cuatro machos salidos y empalmados como palos y él empapado de arriba abajo, cogió tal cabreo, que cogió a las dos perras, después de echar a patadas a los perros folladores y se las llevó en coche a la otra punta de la Urbanización. Tampoco se atrevió a llevarlas más lejos, pues por dentro le hacía cierta gracia, pero si que necesitaban un castigo o un pequeño susto, por lo menos. Las perras al cabo de 1 hora ya estan de nuevo en casa. Ahora pensó en encender la chimenea, la chimenea de sus sueños. Con ella a veces conseguía la paz celestial o eso pensaba, que esa sensación era celestial. Y sin más, se levantó en busca de la leña,...

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JULIO CORTÁZAR