A COSTA DA MORTE - Parte I

            Bueno, en realidad yo no nací aquí, nací en Vigo. Pero en mi segunda reencarnación celta aparecí desnudo, en ésta tierra de dioses, nací aquí de nuevo.
                     A quien no conozca ésta esquina de Galicia, yo se la recomiendo. Es el último reducto Celta, es el fin de la tierra. Esta es una zona marginada y dura. Dura por su clima, dura para ganarse el sustento. Está situada en una zona costera de la provincia de A Coruña y entre otras cosas, es el punto más occidental de España. Cuando yo viví allí. Tuve siempre una sensación de isla, sólo que de isla en tierra, pues no se rodeaba de mar (sí en su parte costera), sino de extensos campos de cultivo, adornados por montes de medio pelo, pero si lo suficientemente incómodos para que la carretera adquiriera contornos sinuosos y peligrosos, como de curva continua. En esos tiempos, era una carretera provincial, estrecha y llena de baches, con curvas mal peraltadas, con asfalto negro y que junto a la voraz lluvia, ofrecía un espectáculo dantesco, como de noche de los muertos vivientes.

                    Por esos montes, sin luz de luna, con una lluvia fuerte en que apenas se veía, por la mente me pasaba que el que no creía en meigas y en la santa compaña, aún no conocía este rincón de almas perdidas. La noche, la luna escondida, la lluvia continua. Todo formaba parte del mismo decorado y cualquier momento era el idóneo para la aparición de la Santa Compaña, de la Virgen María o del Espíritu Santo. A medida que avanzabas hacia la costa. Se transformaba la arquitectura costera. Las casas se vestían de colores, de colores vivos, añiles, rojos, verdes ..., sin orden y sin sentido, era la anarquía de los colores. Al tiempo, las construcciones nos enseñaban su esqueleto. Dado el clima húmedo y lluvioso, las casas se empezaban por el techo. Era frecuente ver casas de dos plantas con la planta superior acabada y la inferior desnuda y solo marcada por escuálidos pilares y en el medio ropa tendida. Así se creaba un espacio muerto, vacío, a modo de cámara de aire, que separaba la vivienda del húmedo suelo.

                 



Isla da Lobeira
En éste recorrido, todo era verde, verde intenso, verde claro, verde marrón y un marrón también era conducir por ésta carretera. Llegado a un punto en alto, se oteaba a lo lejos, la ría de Corcubión. Bonita ría, pequeña pero matona, con dos faros que señalaban su entrada y al fondo y delante de su bocana una pequeña, por no decir diminuta isla, la isla de la Lobeira (la Isla de los Lobos). Éste nombre procedía de que en otros tiempos llegaban las focas hasta ella y éstas emitían sonidos guturales similares a los aullidos de los lobos, La isal en sí no era nada, apenas unas rocas en medio del mar, tenía un pequeño faro, un muelle destrozado y una calita y en la que nadie se bañaba, el agua no es taba fría, era hielo derretido. En Galicia, no se pregunta si el agua está fría o caliente, pues esta última opción no existe, se pregunta si el agua corta o no corta, pues la sensación térmica que te da a medida que metes tus piernas en el agua, es como si te fueran cortando en filetes las piernas.
       

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JULIO CORTÁZAR