EL OTRO DÍA TE VI POR LA CALLE




El otro día te vi por la calle. 

Llevabas el pelo suelto

y esas gafas de sol que alguien te debió vender

como las mejores gafas del mundo,

cosa que no discuto,

pero el gusto...amiga mía...

también tiene su importancia y su aquél.


Y ahí lo dejo.


Ibas vestida como casi siempre,

un pañuelo de seda en tu afilado cuello,

un fino jersey de no sé qué,

pero que te sentaba muy bien,

pantalón vaquero

y cara de nunca haber roto un plato.


Caminar seguro,

mirabas a lo lejos

como si buscaras lo que nunca has encontrado,

botines marrones bien cuidados,

y de nuevo me fijé en tu pelo suelto.


Pasaste delante de mi,

pero a mucha distancia,

ibas pensando en algo

y los dos sabemos que cuando piensas en algo,

el mundo de tu alrededor se cubre de niebla densa

y por eso no me viste

y porque tampoco te llamé

porque sigo pensando (yo también pienso)

que es mejor dejar pasar el aire denso y viciado

que ahora nos envuelve,

y así poder seguir respirando a una prudente distancia el uno del otro...


Total, que pasaste

a unos cien metros

te metiste en tu coche...

y yo suspiré con alivio, 

pues pude verte a lo lejos,

pude seguirte la pista (más o menos)

y hasta pude decirte adiós sin decirte nada.


En fin, te vi pasar

y no me dio un vuelco el corazón,

ni hubo un dolor de alma angustiado,

ni siquiera apareció la ira

ni la rabia, ni el temible resentimiento.


Entonces me di cuenta,

que ya estabas enterrada

y enterrada con el hacha de guerra.

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JULIO CORTÁZAR