PERRO DE HUESO (Eva H.D.)

 

Perro de hueso  




Volver a casa es horrible,
ya sea que los perros te lamen la cara o no.
Ya sea que tengas una esposa
o una soledad en forma de esposa esperando por ti. 
Llegar a casa es terriblemente solitario, 
tanto así que añoras con ternura aquella 
opresiva presión barométrica 
de donde acabas de volver,
porque todo es peor
una vez que estás en casa.

Piensas, con nostalgia,
en las alimañas que se aferran a los tallos de la hierba,
las largas horas de camino,
la asistencia en carretera, los helados
y las formas peculiares de ciertas nubes y silencios,
porque no querías volver.
Regresar a casa es
espantoso.

Y los silencios domésticos y sus nubes
hogareñas no contribuyen en nada
más que a todo el malestar.
Miras con sospecha las nubes como son,
hechas de una materia distinta
de aquellas que dejaste atrás.
Tú mismo estás cortado de una tela diferente,
turbia.
Devuelto,
repudiado,
mal recibido
por la luz de luna, infeliz de regresar,
holgado en todos los puntos equivocados,
como un traje lleno de costuras,
un trapo andrajoso de cocina, usado.

Llegas a casa
como a otro planeta, ajeno.
El tirón gravitacional de la Tierra,
un esfuerzo ahora redoblado,
suelta los cordones de tus zapatos
y hace que arrastres los hombros,
grabando aún más profunda la estrofa
de la angustia en tu frente.

Vuelves a casa hundido,
como un pozo sin agua ligado al mañana
por una frágil hebra de “qué más da”.
Suspiras frente a la avalancha de días idénticos,
bien podrían ser uno solo, y uno a la vez.

Bueno,
qué más da,
volviste.

El sol sube y baja
como una puta cansada,
el clima inmóvil 
como un miembro roto mientras envejeces.
Todo permanece inmóvil,
menos las mareas cambiantes
de sal en tu cuerpo.
Tu visión se nubla,
llevas encima tu clima contigo;
una gran ballena azul,
una oscuridad hecha esqueleto.

Vuelves a casa
con visión de rayos X,
tus ojos convertidos en hambre.
Y así, regresas con tus dones
mutantes a una casa de hueso.
Todo lo que ves ahora, todo, es hueso”.

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JULIO CORTÁZAR