1983: enero. 1985: junio
El registro rítmico de la palabra me produce horror.
No consigo abrir un solo libro que contenga poesía.
Las horas de la noche tienen que ser aniquiladas.
Cuando me despierto está oscuro: siempre.
En los cientos de mañanas negras me he refugiado.
Leo prosa inofensiva.
Las piezas quedaron tal cual estaban: las sillas, las paredes, los postigos, las ropas, las puertas.
Cierro las puertas como si el silencio.
La luz me sale por las orejas.
Un día de junio
a partir de un epitalamio de Georges Perec
El cielo es celeste o pronto lo será
El sol parpadea encima de la Île de la Cité
La tierra entera escucha las sonatas del Rosario de Heinrich Biber
La tinta y la imagen se vuelven a encontrar solidarias y aliadas
Como el olvido y la huella
Al principio de los años obedientes
Y el negro azabache de la toda-juventud
y el turquesa azul del ser-adulto
Y el balón amarillo de la nada que no se concibe ni se
dice
y la cáscara blanca de la Resurrección
Se enroscaban alrededor de los ruidos tranquilos y cotidianos.

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