Bruno recetas sencillas y fáciles de hacer. Yo iba para cocinero todoterreno pero por el camino me tropecé con la medicina y cambié un cuchillo de cocina por un bisturí. Después, quise ser revolucionario de pura estirpe y condición y si en ese momento alguien me preguntaba que quería ser, yo le diría que quería ser una especie de Che Guevara de la vida pero sin su final tan cruel, pues al fin y al cabo, muy pocos desean morir y yo no estoy entre esos pocos. Más tarde y después de una buena hostia de realidad, el asunto revolucionario fue perdiendo fuelle y de nuevo y por necesidad perentoria, tuve que volver a manos de la medicina. A continuación vino una de las épocas más oscurantistas de mi vida: mucha droga por el medio, la medicina iba a medias y la revolución ¿para qué contaros?. El que no estaba era yo.
Como mejor pude acabé la carrera de medicina. Me puse a preparar oposiciones y fue todo un desastre y ya por fin, me enderecé un poco y me puse a currar en cualquier pueblo en donde me necesitaban como médico, claro está. El tener que currar me puso algo las pilas y ¡joder! ya podría ponérmelas antes. Me casé con alguien a quién quería y quiero hasta las trancas, tuve tres hermosos hijos. Ahora, hace unos años que me he divorciado, sigo teniendo los mismos tres hijos pero mucho más creciditos. He tenido alguna que otra historia amorosa que se quedó en mi libro de historia y ahora y desde hace algún tiempo, he abrazado la filosofía que debe tener un ser solitario. Me siento bien o muy bien solo y sin tener que dar cuentas a nadie. Hablo mucho conmigo mismo, me pregunto y me respondo y yo solo me estimulo. Si tuviera un cuerpo fuerte y joven, sería el tío perfecto y es que cuando estaba así de bien de cuerpo, mi mente y mi alma eran la confusión elevada al cubo. Ahora de cero a diez me pongo un nueve, pero hay que reconocer que hubo tiempos en que estuve a menos nueve y más.

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