DOMINGO 8 DE SEPTIEMBRE DE 2.019



Domingo 8 de septiembre. Domingo como toca, fiestas en el pueblo de al lado (Mahón), en consecuencia éste pueblo (el mío, que se llama Es Castell) se ha quedado casi vacío del todo. Las campanas de la iglesia sonando todas locas y debe ser porque muy poca gente acude a su reclamo. La gente habla bajito y no sé porqué. Hace calor pero ya no es la bestialidad del calor de agosto. Acabo de volver de desayunar y todo lo encuentro como demasiado quieto. Hay momentos así, momentos en donde todo va a cámara lenta y es cuando te preguntas ¿en qué dimensión nueva estoy viviendo?. Pero bueno, viene por la calle un capullo en moto y a toda ostia y con el tubo de escape escupiendo fuego y un ruido ensordecedor y al fin, te destroza toda la especie de paz interior, que tanto nos gusta y que tanto nos había costado.

Y vuelta a empezar de nuevo y venga a recomponer el anterior decorado que tenía escrito en mi cabeza. La botella de agua estaba en ésta esquina, el móvil estaba en modo silencioso en medio de la mesa, la tele estaba apagada y como casi siempre, la ventana sigue abierta y por ella penetran escasos sonidos, algunos imperceptibles y otros en cambio, ruidosos a más no poder. Y es que otra moto con tubo de escape a todo volumen, acaba de pasar. Y ya lo voy a dejar y voy a pasar al plan B de mi película. Y a partir de ahora me van a importar un pito los ruidos, es más ahora reclamo ruidos ensordecedores que atronen a los demás seres que habitan en éste pueblo perdido, pero a mí va a ser que no. Cierro la ventana y enciendo el aire acondicionado y se acabó la película de miedo que os estaba contando.
Domingo dominguete y para cuadrar la rima y que te den por el culete. Los domingos de mi infancia, eran domingos de misa por la mañana. Y por supuesto eran los días de ponerse las mejores galas y de lucir todo lo estrenado. Me acuerdo de mi polo gris de tela fina y tacto agradable, que sólo me ponía los domingos y porque así estaba estipulado y ordenado por mi madre (y lo que decía mi madre, iba directamente a misa). Domingos, misa y después venía lo mejor de todo el día, los aperitivos, que en mi tierra gallega eran más que abundantes y sabrosos. Y aquellos ricos Berberechos o aquella preciosa nécora o aquella tapa de pulpo con cachelos que era para comerse los dedos. Aparte que los mayores o sea mis padres y sus variopintas amistades, se ponían tibios de vino y bueno, hasta el más antipático se ponía graciosillo. Otros en cambio, los menos, se ponían pesados y empalagosos y porque se habían pasado de dosis o porque el vino les ayudaba a descubrir como en realidad eran. También había el puto tocón de los cojones, que te pasaba su pezuña toda pringosa por la cabeza y después, de tocarse sus asquerosos huevos.
Estaba muy claro que el Domingo estaba partido por dos partes. La mañana que era grandiosa y espléndida y la tarde era triste y casi lagrimosa. Por la mañana te desbordaba el optimismo vital y todo te parecía fútil y pequeño y en cambio por la tarde, te caían los huevos al suelo y porque poco a poco se aproximaba la hora del lunes lunero. Mañana cole, te decías. Era como ver al Domingo desde la trastienda de la vida o desde la cara oculta de la luna. Llevaba fatal lo de los Domingos por la tarde y me entraban unas ganas enormes de desaparecer de una vez para siempre. Pero nunca lo conseguí del todo.

En cambio y años más tarde, le encontré el gusto a la tarde del Domingo y porque me enamoré de su aire melancólico y casi triste y de su inmensa paz de día de lluvioso (casi ni un alma por la calle). Me gustó su enorme vacío y su quietud con ese aire decadente de vieja canción con letra de añoranza. El Domingo por la tarde, me suena a "fado" portugués cantado por ejemplo, en una calle siempre mojada (porque tiene que llover, sino no vale) y con su aroma a piedra húmeda y resbaladiza y en mi hermoso Santiago de Compostela...pues Santiago para mí es el culmen de lo más entrañable y más húmedo que tengo dentro de mí.





































Joaquín Matamoro y Neus Santacana Burguet

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JULIO CORTÁZAR