Nada en el mundo me interesa más que ese poste de luz.
No cabe en mi mirada:
debo mover el cuello para ver su punto más alto
hasta el límite de madera de ese poste
sin el cual no habría límite: miraría
hacia ninguna parte, solo,
esperando encontrarme a un ciclista, a un paseante,
a un perro en busca de una perra.
Ese poste me libra de esperar.
Como la muerte.
Diréis no puede amarlo
porque no cabe en su mirada de hombre
y diréis la verdad: no lo amo.
Diréis no puede hacerle compañía
porque hablan dos idiomas diferentes
y diréis la verdad: no me hace compañía.
Ese poste me libra de correr.
Su verticalidad es como el horizonte
incrustado en la tierra.
Su color es oscuro.
Y sus cables, que parten, con la curva del tiempo,
hacia otro poste, apenas me distraen
de mi dulce tarea:
estoy empezando a verlo florecer.

No hay comentarios:
Publicar un comentario