Bueno pues el resto de Vigo ya lo ví con miedo. Fuí a la playa de Samil, cuna de mi infancia veraniega y os juro que me costó reconocerla y ya los pinares no eran tales pinares, eran unos cuantos pinos famélicos y yo que sé, la sensación era que era una playa de Benidorm. Cuando cogí el barco hacia mis queridas islas Cíes, iba más que acojonado, iba temblando y cuando llegué aluciné, pues gracias a que están protegidas (parques naturales protegidos), se conservaban bastante parecidas y ahí disfruté, disfruté como un loco. El resto del recorrido por los alrededores de Vigo, fueron decepcionantes, nada estaba en su sitio y los sitios donde antes se divisaba el mar, ahora se divisaba cemento. Supongo que el que ve esta película poco a poco, pues se adapta y sigue buscando nuevos rincones, pero el que va de sopetón, como fui yo, ni nuevos rincones ni hostias benditas, todo era puto cemento y todo era candidato a ponerle una bomba.
Claro que esto pasa por dejar pasar tanto tiempo, pero eso no quita que sea verdad esta versión de los hechos. Y si uno tiene cimentada su infancia en base a antiguos recuerdos, pues no sé que deciros, yo prefería haberme quedado con esos recuerdos que llevo dentro de mi alma, que no notar el dolor de como se me rompieron casi todos. Está claro, que soy más romántico que realista, pero es que hay realidades que prefiero ni verlas y menos sentirlas. He luchado un huevo para mantener mis recuerdos tal como estaban y borrar de mi disco duro la última visión que tuve de Vigo y sólo he dejado espacio a mis queridas Islas Cíes, del resto me quedo con la visión de los recuerdos que tengo de mi entrañable infancia. Sólo que a veces me viene flashes de mi última visión y entonces vuelvo a sentir un dolor punzante que me resulta incapacitante.

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