Hoy estuve en Vigo, mejor dicho estuve dentro de mi imaginación y estuve viendo un partido de fútbol entre el Celta de Vigo y el Rayo Vallecano, que por cierto, que perdió el Celta, pero que se mereció otro resultado más positivo. Muchas veces me acuerdo de Vigo y no porque sea una ciudad muy bella pero su ría y sus hermosos alrededores, hacen una ciudad muy especial. Yo tengo miedo, cuando por cualquier circunstancia tengo que ir a Vigo y tengo miedo porque lo mejor que tengo de Vigo, son mis recuerdos y a lo mejor y seguramente, las ciudades se van transformando y por ejemplo, por donde antes pasaba el tranvía puedo que ahora lo ocupe una autopista petada de coches. Si yo odio algo de una ciudad, es el ruido, las aglomeraciones de personas, los pitidos de coches, la contaminación descontrolada y el modo de andar de la gente y es que a veces, parecen muertos vivientes que solo se paran cuando lo manda un semáforo. La playa de Vigo (la playa de Samil) y donde tenía la suerte de poder veranear en ella, pues me niego a visitarla y porque allí se conservan los mejores recuerdos de mi vida. Mi infancia allí fue maravillosa y por eso para mi el verano era la mejor estación del año. Tenía mucha arena aquella playa y cuando ya de adulto me tuve que ir a currar a otro sitio fuera de Vigo, la estaban desmontando y todo, por hacer un paseo de cemento y mierda que casi aniquiló la playa de mi infancia. Leí el otro día, una noticia positiva sobre ella y ahora están desmontando semejante paseo de la vergüenza. Menos mal que aún quedan personas y son capaces de ver el mundo como antes era. También tenía un hermoso pinar pegada a la playa que daba una sombra muy amable y muy sentida y con un olor a pinos que desbordaba la pituitaria. Tenía unas dunas que fueron arrasadas por el puto paseo.
En una esquina de la playa había un bar o restaurante, que le llamaban "el Balneario", pero que no tenía nada que ver con un balneario y por era un simple bar al lado de la playa. Ahí mismo paraba el tranvía y su imagen la tengo grabada en el fondo de mi memoria. Para mi era muy hermoso observar al tranvía y oír sus chirridos agudos como si fueran quejidos. También había un río que desemboca en la playa e iba a decir, un hermoso río que lo sería si estuviera limpio y sano. Creo que es en lo único en que ha mejorado y ya no está tan lleno de mierda y de contaminación. Eran tiempos hermosos pero las cosas no se cuidaban como se cuidan ahora, aunque también hay demasiadas excepciones a esa regla y hay lugares que fueron arrasados y sobre ellos, se montaron una cantidad enorme de construcciones de todo tipo o sea que con el paso del tiempo, fueron a peor.
Mi casa estaba como a 10 minutos de la Playa y mi medio de locomoción era una bicicleta heredada de mi hermano y con tal de que funcionara a mí me daba igual. Yo, mi bicicleta, el perro, que era de unos veraneantes madrileños que no le dejaban tener el perro en su casa alquilada y yo lo había adoptado como mío y porque me encantaba el perro. De los veraneantes madrileños, mejor no hablo y porque eran unos perros llenos de rabia y estaban contagiados de una enfermedad que se llama, superioridad y los síntomas eran, una altivez desbordante, una desconsideración hacia nosotros que se manifestaba en como si fuéramos unos auténticos paletos. Nunca entendí ese desprecio hacia quienes le daban cobijo y apoyo y nos trataban como si fuéramos seres serviles que solo servíamos para eso, para servirles como putos esclavos. Pero bueno de ellos, tuve su perro y que durante todo el verano, yo lo convertía en mío. Se llamaba Tobías y éramos dos almas gemelas y a donde iba yo él se venía conmigo y como si hubiera un hilo invisible que nos uniera. Desde luego los demás, no veían ese hilo.

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