Los veranos eran otros veranos
eran más frescos, más suaves,
más hechiceros, más mágicos,
más auténticos
más de aroma a algas en la marea baja
más de paseos con mi perro por la arena mojada
más de bicicletas recorriendo y descubriendo nuevos senderos,
más de olor a lluvia recién caída
más de sentarse en un muro a contemplar la vida
que de aquellas iba a paso lento
más de ver como el río iba creciendo
cuando el mar lo empujaba hacia dentro.
Esos veranos eran otros
eran de largas tardes sentados a la entrada de aquél bar cutre y roñoso
o del otro bar al que íbamos y a la sombra de un pinar
mientras de fondo se escuchaban los agudos chirridos de tranvías.
Hace ya un tiempo volví por allí
y ya no había tranvía con sus agudos chirridos
ni los raíles quedaban
ni aquella curva tan pronunciada
y que te hacía pensar que el tranvía iba a descarriar
tampoco existía aquél bar desde donde los oías pasar
y del pinar ha quedado muy poco
quizá uno o dos pinos y no más
y el otro bar donde dejábamos pasar las tardes con su lento caminar
ni siquiera queda el anuncio con su nombre
y aquella bajada a la playa que a mi tanto me encantaba
no sé donde está ni donde se encuentra
y puede que ya no esté.

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