MI PERRO (Microrelato)

Resulta que hay días en que me sorprendo a mi mismo y a veces me veo hablando con el perro. El pobre me mira con esos ojos que sólo piden comida o que ruegan un paseo e inclina la cabeza hacia un lado, como si de verdad me escuchara y estuviera atento a lo que le cuento. Y es que el vivir sólo, trae cosas como éstas que mi confesor espiritual sea mi propio perro y mejor que sea así, pues lo prefiero antes de confesarme a un cura. Y le cuento cosas y se las explico y el me mueve el rabo loco de contento.

             El otro día le explicaba a mi perro, Tobías, así se llama mi perro, que la cosa está que arde y que no tengo pasta ni para hacer un pequeño viaje. Le decía que en ésta Isla hace falta escaparse una vez cada dos meses y que ante la falta de guita me tenía que joder y esperar varios meses más. Y él poniéndome caritas de que entendía de que iba el asunto y acabó haciéndome una fiesta, como si lo que yo le contaba era motivo de celebración y se puso a correr como un poseído por toda la cocina y dando ladridos de alegría. Ante ello me tuve que sonreir y dejar de lado mi aflición y simplemente cambiar de tercio.

             El caso que ya cogí de costumbre hablar con mi perro y le voy contandole  todas mis cuitas. Le muestro mis preocupaciones diarias y mis anhelos y deseos. Por supuesto, en las alegrías también lo hago partícipe y juntos nos ponemos a saltar como un par de gilipollas. Aunque prefiero hablar con el perro, que sorprenderme hablándome sólo, cosa que también me pasa, y es que al hablar con el perro  por lo menos tengo un par de ojos atentos y una oreja que se levanta, y esto debe ser, que para las tonterías que digo, le llega con una sóla oreja, la otra la deja para cosas más importantes. Como cuando le hablo de un posible paseo o de que le voy a poner la comida, entonces se le levanta todo: las orejas, el rabo, el pelo y hasta los ojos le salen de las cuencas.

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JULIO CORTÁZAR