EL INCREIBLE HULT (Recuerdos agresivos)

Aunque todo hay que decirlo y a veces cuando llego a mi casa y se pone el perro ladilla a ladrar de alegría, pero con ese sonido tan molesto y agudo, a mi dan ganas de darle una patada en la boca y dejarlo sin dientes y sobre todo sin lengua y sin cuerdas vocales. Pero eso sólo me pasa a veces y además nunca lo acabo haciendo, os lo juro por estas. Si en el fondo soy un buen chaval, ahora, aviso, cuando me pilla el pronto, cuidado conmigo. Si hasta yo me asusto de mis prontos y menos mal que ahora los controlo más, porque de chaval mi pronto era peor que el del increible Hult, me iba directamente a la chepa del contrario. Y cuantos disgustos y problemas me traía ese gatillazo, pues una vez que saltaba iba a muerte y tampoco era para eso, ni mucho menos. No sé era un gallito de pelea y eso que daba el pego de ser un chico muy bueno, dócil y tranquilo. Los que me vieron en alguna de mis transformaciones, se quedaban acojonados y así perdí a algunos amigos y compañeros de clase. Porque en el cole ya era la hostia, ahí era puro instinto de supervivencia, era como Rambo, sólo que con menos músculo y sin llevar metralleta.

                            Hubo una época, que en mi barrio me iban a la chepa, cosa que ya expliqué en otro escrito. Los amigotes del barrio y eran como 6 o 7 y todos los días me esperaban a la salida del cole o en un callejón o detrás de cualquier esquina y eran peleas todos los días, peleas a muerte. Pero nunca me amilané y siempre, pero siempre fuí del cole a casa por el mismo sitio, era como una cuestión territorial, igual que hacen los perros y yo llevaba más hostias que las que daba, pero daba y daba bien, con saña y alevosía. Eso sí, llegaba a casa señalado por hemotomas y arañazos y aún encima al verme mi madre me daba la propina, decía que era por haberme dejado pegar. Tiene huevos la cosa. Pero así es la vida en el Bronx, dura y didáctica, muy didáctica.

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JULIO CORTÁZAR