LA VENDIMIA - 1ª Parte

     Durante años y muchos, fui incapaz de hacer nada que tuviera relación con el trabajo del vino. Me explico, en mi casa se hacía vino, vino casero, del que se hace casi a mano o sea, con materiales muy rudimentarios.  Recuerdo los trabajos entorno al vino y éstos eran varios:

               - En Julio y dado el poco sol que hay en Galicia, tocaba sacar hojas de la parra. Para que el sol penetrara y diera calor y maduración a la uva y de paso ventilar la parra, para que no se pudriera la uva (cosas de los sitios muy húmedos).

               - Previamente y meses antes, había que sulfatar el viñedo. Lo único que me gustaba de esto, era el poder disparar con la pipeta de la sulfatadora, y jugar al ahora, un chorro más fino y largo y al ahora, un chorro más cercano y esparcido y de vez en cuando disparar al perro (como si estuviera meando). Dos puntos negros tenía: uno el peso de la sulfatadora, que de aquellas era latón y bien cargada de sulfato de cobre, pues vendrían a ser entre 20 a 30 kg. y eso de chaval, pesa el doble. Y el otro inconveniente, era que la parra en Galicia, está en alto, para que se puedan airear los racimos y que así la uva no se pudra. Así que había partes de la parra en las que tenías que usar unas escaleras y ahí radicaba el problema, el subir los peldaños haciendo equilibrios con la sulfatadora.
            
 - Por lo demás, ya no había novedades hasta Septiembre y aquí sí que venía lo duro. En Septiembre y a veces en principios de Octubre, era y es la época de la vendimia. Este era un acontecimiento familiar y se intentaba la máxima asistencia de familiares y de amistades y no con mucho éxito, pero siempre se intentaba... Por lo general, solía llover a ratos y se empapaba la hierba de gotas de lluvia y al final lo normal era cambiarte varias veces de ropa. Se empezaba de mañana temprano, sobre las ocho. Nos vestíamos adecuadamente para la faena: con jerseys de lana, con doble pantalón y con botas de agua y con unas tijeras y un capazo y hala a recoger la rica cosecha.

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JULIO CORTÁZAR