Primer inconveniente de la Vendimia, había zonas de parra que eran muy bajas y casi tocaban el suelo, por tanto para recoger la uva había que tumbarse o hacerlo de rodillas. El otro inconveniente, era que había otras zonas de parra alta, tan alta que se necesitaban escaleras. También te empapabas, con el sólo movimiento de los racimos, el agua penetraba en pequeños regueros que se colaban por el escote de la manga o por el escote de la camisa...
El siguiente paso, era vaciar el vino de las barricas. Se colocaba un grifo en la parte inferior del barril y se vaciaba. Al final, quedaba un pastel sólido (de uvas y racimos) en el fondo de la barrica. Este pastel se trasladaba a una prensa y donde a fuerza de aplastarlo, se le exprimía todo su jugo. En la prensa, el resto aplastado, ahora sí que era un pastel, sólo que un pastel de pellejos de uvas con restos de racimos. Estos restos a su vez se repartían en otras tantas barricas más pequeñas, bien apelmazados y cubiertos a su vez por un plástico y encima de él, una capa gruesa de arena. A continuación, se tapaba y se cerraba la barrica. El tema del plástico, la arena y el cerrar a conciencia el barril, se hacía para que no penetrara el aire. Pues si éste se ponía en contacto con el bagazo, este se pudriría.
Después, seguía el proceso natural de toda vendimia. La uva se recogía en capazos, que a su vez se vaciaban en cubos más grandes para su transporte y la uva acababa en los barriles de destino. Esto seguía un ritmo circadiano: recogida de la uva, transporte y deposición en los barriles. Así, día tras día y siempre mojados y empapados y ya con el sol de retirada, nosotros también nos recogíamos en casa. Aquí, si que venía quizá el proceso más agradable de toda la vendimia: el pisar de las uvas.
Recuerdo, como si fuera hoy, como con el cuerpo aterido de frío, nos metíamos dos o tres elementos en una barrica. Al principio, por el roce de los pies con los racimos, los pies dolían, pero sólo era al principio. Después ibas notando como el líquido elemento o sea el vino te cubría los pies, las rodillas, la cadera, y hasta las partes nobles..., En los primeros momentos, era un líquido frío y viscoso, pero pronto el vino se tornaba caliente y aquello era una delicia deliciosa, el vino te calentaba por fuera y poco a poco lo iba haciendo por dentro.
El primer día de pisar la uva, aún éramos un tanto recatados y cumplíamos fielmente con nuestra función de pisadores. El segundo día ya no, era otra cosa, ya nos sentíamos con la complicidad que da el estar tres tíos juntos en la misma bañera y además bien llena de vino, que lógicamente captábamos de vez en cuando. La confianza iba in crescendo y ya uno anunciaba que se acababa de mear dentro de la barrica y rápidamente los demás nos solidarizábamos. Claro que los experimentos a veces iban más lejos. Un día y otro también, te sumergías integramente y hacías submarinismo e ibas echando tragos y tragos y más tragos y así hasta estar borrachos como cubas.
La fermentación del vino, era alucinante. El vino con el bagazo (restos de uvas con racimos) hervía como la lava de un volcán, emitía calor y abundantes gases. A su vez, el contenido sólido iba en ascenso y si no lo empujabas hacia el fondo con un grueso palo, salía rebosante del barril, vamos que salía como la lava de un volcán.
La fermentación del vino, era alucinante. El vino con el bagazo (restos de uvas con racimos) hervía como la lava de un volcán, emitía calor y abundantes gases. A su vez, el contenido sólido iba en ascenso y si no lo empujabas hacia el fondo con un grueso palo, salía rebosante del barril, vamos que salía como la lava de un volcán.
El siguiente paso, era vaciar el vino de las barricas. Se colocaba un grifo en la parte inferior del barril y se vaciaba. Al final, quedaba un pastel sólido (de uvas y racimos) en el fondo de la barrica. Este pastel se trasladaba a una prensa y donde a fuerza de aplastarlo, se le exprimía todo su jugo. En la prensa, el resto aplastado, ahora sí que era un pastel, sólo que un pastel de pellejos de uvas con restos de racimos. Estos restos a su vez se repartían en otras tantas barricas más pequeñas, bien apelmazados y cubiertos a su vez por un plástico y encima de él, una capa gruesa de arena. A continuación, se tapaba y se cerraba la barrica. El tema del plástico, la arena y el cerrar a conciencia el barril, se hacía para que no penetrara el aire. Pues si éste se ponía en contacto con el bagazo, este se pudriría.

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