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| Agua de Menorca, agua de cristal. |
Volvemos a nuestro paseo matinal. Conforme se hacía el camino con el cielo encapotado y ese mar atontado, avanzamos con paso seguro hasta casi llegar a una torre de defensa. Son torres que rodean toda la costa de la Isla y desde las cuales se divisaba el mar y para avisar de posibles invasiones marítimas. Y ésta torre en concreto es una más, pero es muy bonita, espléndida y coqueta. A éstas alturas de la caminata, mis pies ya no son pies, son dos muñones hinchados. Claro que me está bien, pues cuando me imaginé el paseo, me acordé de sus paisajes y vistas y me olvidé de los cantos cortados en filo de navaja que hay en ésta isla y que por supuesto se clavan o simplemente te cortan los pies. Supongo que imaginé que el camino no era de chinas y piedras aguijonadas, si no que era una alfombra de terciopelo roja-marrón y que se extendía de Alcaufar hasta Punta Prima. Vamos que aluciné y mucho y aluciné porque yo quería alucinar y cada uno es libre de alucinar lo que quiere o puede.
Después de un buen recorrido yo ya sudaba a chorro y mi polo empezaba a parecerse a un mapamundi, de tantas manchas y cercos de sudor. Despues de una pequeña subida, se alcanzaba una diminuta cima, pero era suficiente para poder contemplar el pueblo de Alcaufar. Un lindo pueblo al que el mar besa sus pies y además le obsequia con una preciosa ensenada. Más o menos, a media bajada se ve el entrante de mar y en su bocana, se ve una roca muy grande. Y desde ese sitio y sólo desde él, la roca se transforma en un trasatlántico encallado, con su proa y su popa y en el medio de su casco presenta un boquete, que hace pensar que ese es el motivo de que ese barco o roca, se haya quedado varado y encallado en ese sitio. Como veis el canuto que me hice, iba bien cargadito de hachís.
Al tener a la vista el pueblo va aumentando el ánimo y de repente los pies ya dejan de doler y ya vas flotando en el aire, y ésta sensación aumenta cuando atisbas la terraza de un bar. Para llegar hasta él hay que pasar primero, por una pequeña playa de unos cincuenta metros de arena y mientras te quedas embobado viendo su agua limpia y cristalina. El mar de Menorca, con su agua caribeña y junto al entorno de ésta pequeña ensenada, hacen de éste rincón, uno de los rincones más bonitos de Menorca y hasta del Mundo entero.
Después de un refrigerio, hacemos el camino de vuelta y llegamos al punto de salida, y a mi izquierda observo si aún está el chiringuito del padel-surf (tablas con remos). Al que le di caña durante quince días de Julio. Porque en Agosto, ya se encargaron la abalancha de guiris, de echarme como a un perro sarnoso y sin ni siquiera pedirme perdón. La última ojeada a la playa de Punta Prima, que bonita con su traje otoñal y al fondo veo, esa lengua de tierra sobre el mar, con su faro vestido con su pijama de rayas. Y es una isla diminuta, que se llama la isla del Aire. Hasta el nombre es bonito, ! a que sí !.
Así, la aventura llega a su final. Y antes de salir apago las luces de la postal y por ahorro energético y ya me salgo de la postal y para no estropearla demasiado, salgo por el mismo sitio que entré y cierro su puerta sigilosamente y recompongo y aplano un poco más
la postal. Así cumplo con mi deber de ciudadano menorquín y dejo todo como debe de quedar y debe quedar, como una auténtica postal.

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