En Santiago, igual que se hace la ruta de los vinos, también se pueden hacer la ruta de las Plazas o de las Iglesias. Pues tanto unas como otras abundan en ésta ciudad. La Iglesia de Santa María a Real do Sar, con sus columnas interiores inclinadas, es visita obligada (la foto de la izquierda) y de paso se conoce su barrio de alrededor y si es por la mañana mejor. Pues queda de paso, la plaza de Abastos, toda ella tallada en piedra, con su bullicio, sus quesos de tetilla expuestos sobre hojas de verdura, sus carnes de cerdo o de ternera, sus lacones o chorizos y todo tipo de empanadas. Uno no tiene ojos para todo, sus olores, su karma, su alegoría al buen gusto del paladar. No puedes con todo, son muchas cosas a la vez y optas por quererlo todo. Pero el sentido común, el más común de todos los sentidos, te frena en seco y recapacitas. Esto va a dar un tufo insoportable en el avión, esto se espachurra..., y al final, de atolondrado que te quedas, sólo ves lo que tienes delante y a un palmo, no más. Y eso es lo que al final te vas a llevar. Al final, son siempre tres cosas: el queso, el lacón y los grelos.
A la izquierda del mercado, a unos trescientos metros, hay una plaza, en que su único encanto, es que desde ella se acede al Museo do Pobo Galego, que yo no conozco personalmente, pero dado el nombre, debe ser interesante. A su lado queda un gran edificio, que es un seminario con cuatro gatos que quedan como seminaristas.
Subiendo la cuesta que hay en ésta plaza, llegamos a otra placita muy mona. Lo sé porqué viví cerca de ella. Y ésta plaza, era mi fuente de pensamientos y el porqué de mi existencia, sobre todo cuando me encontraba con varios suspensos en mi presencia. De aquí, parten tres calles, dos estrechas y alargadas, que albergan algún pub y poco más. Estas dos calles dan a una plaza, la Plaza de Cervantes ( en la foto de la izquierda), flanqueada por casas y por una iglesia, faltaría más. Esta plaza, tenía diversas esquinas. En una de ellas estaba el ciego con sus cupones. En otra los estudiantes sentados. En la tercera, estaban las amas de casa de palique y de paso obligado hacia el mercado. Y en la esquina más remota, se agazapaban los yonquis esperando a su camello. Siempre nerviosos e impacientes, hablando de su monotema, de su última dosis. Si el caballo de hoy es mejor que el de ayer, si me prestas una cucharilla, si tienes limón, que si me faltan cien pesetas para comprar una papela y al final, todo acababa en gritos y peleas y sólo se tranquilizaban, al ver llegar al camello. Entonces ya todo eran prisas, pisotones y mentiras. Que si llevo dos horas esperando, que no me he puesto nada desde hace dos días, que yo estoy de mono. etc...y entonces voy yo primero....Una vez servidos, se evaporaban como se evapora el agua y ya sólo necesitaban dar alimento a la vena. Y para ello buscaban el rincón más escondido, otro rincón ya lejano de la Plaza de Cervantes....
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