EL REINO DE LAS PESADILLAS

Hay quién  se sube y hay quien se baja de la parra. Es como una autopista de doble sentido, solo que hay mucha más circulación hacia la subida que hacia la bajada. Es decir hay muchos más que se suben a la parra y son pocos los que la bajan. Porque una vez que la suben y tienen esa sensación tan mezquina pero tan humana, de poder, se quedan enganchados a esa sensación. Y ya sé que es ridículo que a alguien le pase esto, pero es una realidad como un piano que eso pasa  y además los humanos somos los reyes del ridículo. Nos enseñan a que sino trepamos por la parra no vamos a ser nadie y si hay que pisar, se pisa y si hay que pisar más, pues se hace y sin remordimientos.

Los hay y son muchos, hombre no tantos como los quedamos en el puto suelo. Yo una vez y solo una vez me subí a una pequeña parra y cunado llevé el  tema de mi trabajo en ésta Isla o sea que dirigí el cotarro de las Emergencias médicas. Y duré apenas dos años, pero fue el tiempo suficiente para darme cuenta que no merece la pena quemar tus naves con unos impresentables y me refiero a mis jefes superiores. Pero también y sobre todo, miré para abajo y vi y observé desde esa parra el comportamiento de mis compañeros. Y la verdad es que no estuvo del todo mal la experiencia, pues ves al resto de la gente desde otra perspectiva muy distinta.

Claro, pues desde arriba ves los pasos que dan y lees los pensamientos que andan por sus cabezas y que hay algunos que son viles y malos y solo confirmas lo que ya pensabas anteriormente, y en cambio otros te sorprenden por su inteligencia y su saber estar en la convivencia del curre. O sea que hay que conocer  a las personas desde todos los ángulos y eso es lo único que saco en positivo. Porque por el resto de las cosas, no merece la pena, pues hay demasiada mierda a esas alturas de la parra, hay politiqueos contínuos, hay intercambios de favores, hay luchas intestinas y por poderes ocultos, y hay un arribismo desatado. Después y ante esto, bajé de nuevo al reino de los suelos y la verdad es que me sentí liberado y libre, pues había dejado atrás el reino de las pesadillas.

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JULIO CORTÁZAR