HOSTIAS DIALÉCTICAS

Estoy comprobando en mis propias carnes que realmente me cabreo pocas veces, pero esas pocas se pone a temblar el mundo o eso siento yo, que se pone a temblar y a lo mejor soy yo que en plena ebullición no me entero que soy yo el que tiemblo. Me da igual, el caso es que algo tiembla y me supura adrenalina por los poros. Me pongo loco y loco del coco y no me pongo a dar hostias, porque temo que las hostias desestabilicen mi precario equilibrio y sobre todo, temo que me guste dar hostias y después ya no hay dios que me pare.

Porque ahora no, pero de pequeño y adolescente, me gustaba dar hostias y era como decirlo, un chaval agresivo y carente de miedo. Y aunque el contrincante tuviera dos metros de altura, yo me ponía gallito y me lanzaba a su cuello. Y ya no digamos si la razón estaba de mi parte, entonces ya era un guerrero con una causa y por tanto con una coartada para subirme a su chepa y así darle una buena manada de hostias. Claro que no siempre era así, pues muchas veces el que se las llevaba era mi cara. Pero bueno siempre se equilibraba el asunto y yo daba hostias y las compensaba con las que me daban.

Ahora no sé si me he hecho más pragmático o más vago. Pragmático porque las hostias no te llevan a nada y vago, porque dar hostias requiere un esfuerzo mental y físico. Y también que con el paso de los años mi nivel de agresividad ha bajado y por tanto me falta ese punto hormonal que hacía subir mi adrenalina. Aunque en el fondo sigo convencido de que una hostia de vez en cuando viene muy bien y aunque sea una hostia dialéctica llega. Y por eso de vez en cuando muerdo con las palabras o las escupo a la cara de alguien y éstas son las llamadas: "Hostias dialécticas".


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JULIO CORTÁZAR