Yo nací agresivo, pero sien justos del todo, también es cierto que me desarrolle en ambientes agresivos. Yo creo que lo primero que aprendí y antes incluso de decir mi primera sílaba, fue saber recibir una buena hostia y dada con saña. En mi casa se encargaba mi madre de ésta faena y de vez en cuando mi padre, mi padre se quedaba como segunda alternativa y si superabas la primera prueba, que era la hostia de mi madre, me esperaba la siguiente, la de mi padre.
En el Colegio de curas, también me las dieron por todos lados, en la cara, en las yemas de los dedos, en los muslos, en las manos. Y claro en éste ambiente agresivo y hasta la médula, las hostias siempre me acompañaron y no podía ser una excepción la puta calle. Los juegos eran agresivos y se trataba de joder a alguien y de hundirle la moral y si no encontrabas a alguien propicio, siempre había un gato, un perro abandonado o no tanto, una cabra, un cordero o un burro y la cuestión era matarlo o dejarlo mal herido.
Bueno pues con estos antecedentes personales ¿como voy a ser yo? y eso que me olvidé de mencionar las hostias que nos dábamos entre nosotros, o sea entre los chavales de la calle. Y ahí aprendí que ante el enemigo que es más fuerte que uno, tienes que ser más listo y para eso sabemos morder, pellizcar, apretar los huevos, meter los dedos en los ojos o en las narices ajenas, o tirarle del pelo o de las orejas y así hasta doblegarle y que por supuesto hasta que dijera, ¡que se rinde!. Sangre, sudor y lágrimas, esa fue mi infancia, pero aún así no se la cambio a nadie.
En el Colegio de curas, también me las dieron por todos lados, en la cara, en las yemas de los dedos, en los muslos, en las manos. Y claro en éste ambiente agresivo y hasta la médula, las hostias siempre me acompañaron y no podía ser una excepción la puta calle. Los juegos eran agresivos y se trataba de joder a alguien y de hundirle la moral y si no encontrabas a alguien propicio, siempre había un gato, un perro abandonado o no tanto, una cabra, un cordero o un burro y la cuestión era matarlo o dejarlo mal herido.Bueno pues con estos antecedentes personales ¿como voy a ser yo? y eso que me olvidé de mencionar las hostias que nos dábamos entre nosotros, o sea entre los chavales de la calle. Y ahí aprendí que ante el enemigo que es más fuerte que uno, tienes que ser más listo y para eso sabemos morder, pellizcar, apretar los huevos, meter los dedos en los ojos o en las narices ajenas, o tirarle del pelo o de las orejas y así hasta doblegarle y que por supuesto hasta que dijera, ¡que se rinde!. Sangre, sudor y lágrimas, esa fue mi infancia, pero aún así no se la cambio a nadie.
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