INFANCIA Y AGRESIVIDAD

Pues de nuevo en el punto de salida y ahora mismo estoy calentando motores. Vamos que me estoy introduciendo a mi mismo y cuando la bandera de cuadros baje, saldré como un cohete espacial. Introducirme, no me hace falta mucha cosa para introducirme, me hacen falta los dedos y el teclado y el resto es coser y cantar, pues el escribir es un apéndice más de mi cuerpo, es el quinto miembro, es la prolongación de mis sueños. Ahora todo tiene que ser fluído y sincero, que la sinceridad queme los pensamientos y que la fluídez sea de aire y de nube en nube y de idea en idea, atravieso las fronteras de los tiempos o sea que me trasloco y me vuelvo loco. Tan tranquilo estaba y estaba tan dócil y medio dormido, que me estaba impregnando de aburrimiento y ¡zas! me puse delante del ordenador y las ideas se transformaron en letras.

Cada uno tiene su propio punto de ebullición y el mío es como demasiado sensible y a poco que suba la cosa, salta el disparador, es decir, soy un tío de gatillo fácil. y eso, que no me gustan las armas, que mi única arma y en sus tiempos, fue una escopeta de balines y un tirachinas o tirabolas, después desaparecieron de mi vida las armas y ahora mis armas, son mis dedos y mi alma. De alguna manera me volví pacifista pero sin dejar de ser violento. Porque la violencia la llevo en la sangre y esas ganas de romperle la cara a algunas personas no se quitan, ni se olvidan. Eso se hereda y después se desarrolla y yo me acuerdo que nací ya con esas ganas, que la primera cara de imbécil que vieron mis ojos, fueron una agresión en toda regla.

Simplemente, la vida me enseño a ser más agresivo y los chavales de mi barrio tuvieron mucho que ver con esto. Peleas, guerras a pedradas y el día en que no te apetecía pelearte con otro niño, para eso estaba un gato, un perro, una cabra o un burro. Todo valía para desfogarte, todo lo que se movía era un posible objeto de mi agresividad visceral y claro, la de los otros chavales. No recuerdo un día de mi infancia, sin hacer algo agresivo, sin algo de sangre en mis manos o en mi cara, sin que un gato huyera despavorido, sin que un perro no se pusiera a emitir aullidos o sin que en burro nos volviera locos con sus rebuznos.

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