Aquella mañana parecía el destino de cualquier mañana,
estaba condenada a pasar sin más
y nadie se iba acordar de aquella mañana,
ni yo, ni ella, ni nadie...
Pero no fue así
y todo se torció por ir por el puerto
y pudiendo haber ido por otro sitio,
pero me supongo que el destino lo tenía previsto
y por eso me acabé cruzando con ella,
un saludo al pasar de nuestros coches
y un frenazo a unos cien metros.
Me doy la vuelta sobre mi eje
y como los cangrejos me pongo a andar hacia atrás
y así hasta ver que ella estaba haciendo lo mismo...
Por tanto con una indicación mutua
señalamos parar en un sitio
y así hicimos
y yo queriéndola abrazar con todas mis ganas,
pero al parecer el terreno estaba minado
y había que andar con mucho cuidado,
total que no hubo abrazos ni besos ni caricias al viento,
hubo desconcierto y ya de aquellas debíamos saber lo del covid19,
pues mantuvimos la distancia y el desconcierto.
Miradas tímidas y entrecortadas,
ansiedad en los ojos y en los gestos,
y cuando todo parecía que iba a tomar un tono un poco más relajado,
suena su teléfono móvil
y entonces, veo como se transforma su cara
y como se deforman sus gestos...
Al colgar me dice en plan cortante,
me tengo que ir ¡ya!
y como si yo fuera el puto payaso del circo
y el que le llamó (su marido o pareja o lo que fuera)
la estaba poniendo en su sitio,
en el sitio que ambos habían pactado (supongo)
entonces mi di cuenta,
que yo era un cuerpo extraño en su vida
y que se lo había pasado muy bien
jugando conmigo y con mis circunstancias.
Pero bueno, yo sigo vivo
ella, creo que también
y con el paso del tiempo me he dado cuenta,
¡que menos mal!
pues el destino me salvó por los pelos
y gracias destino
por aquella llamada telefónica.

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